Unión de almas entre madre e hijo

Doña Lucilia producía un gran efecto sobre su hijo y, como madre ejemplar, procuraba estimular al Dr. Plinio en lo que él tenía de parecido con ella e incentivar lo que tenía de diferente de ella. Viéndola, el Dr. Plinio comprendía mejor las cosas de la Iglesia y de la Civilización Cristiana.

 

 

Plinio Corrêa de Oliveira

Gracias a Dios, la unión entre mi madre y yo era realmente muy grande. Si yo la tomase como persona y, después, como mi madre, notaría que, en cuanto persona, abstrayendo de la relación entre madre e hijo, había entre nosotros afinidades muy grandes. Sin embargo, también existían algunos puntos – que no eran de contraste sino de diferencia – que se explicaban por aquello que la Providencia quería de cada uno de nosotros en el transcurso de esta vida mortal.

Una especie de telegrafía sin cable

Ella debería llevar la vida en la santa campánula del ambiente familiar y doméstico, con piedad y oración como era en aquel tiempo, educar a los hijos, etc., con la elevación de vistas que le era propia. Yo, no obstante, estaba llamado para las borrascas y las tempestades.

Evidentemente, había en el alma de ella, legítimamente, un movimiento para concentrar, cerrar, preservar, aislar y proteger; mientras que mi movimiento era el ímpetu para andar dentro del ventarrón, para atacar, ser atacado, en fin, para llevar adelante nuestra gesta.

Lo cual creaba, naturalmente, no entrechoques, sino diferencias de modo de ser que entran por los ojos.

Sucede que, sumando la condición de persona, de alma muy afín a la mía, a la condición de madre, yo era llevado a pensar que ella estaba dotada de una especie de cognición exactísima, muy delicada, de una precisión extraordinaria, de lo que yo era en cuanto yo e incluso en lo que era diferente de ella. Y ella quería eso, incluso cuando no entendía enteramente. Y hacía esfuerzo para apoyar e incentivar que yo fuese yo. De esa forma, procuraba completamente de dos modos: estimularme en lo que yo tenía de parecido con ella y estimularme en lo que tenía de diferente de ella.

Ahí entraba una gracia que no era apenas la suya como católica, sino la gracia como madre. Una madre ejemplar, muy extremosa y en la cual esa relación entre madre e hijo tenía algo de parecido con la causa y el efecto. Ella veía hasta el fondo lo que estaba en mi alma.

A veces por una mirada, un timbre de voz, una pequeña oferta: “¿Quieres eso?”, o por una caricia cuando yo pasaba… Era toda una especie de telegrafía sin cable, que tenía como efecto que ella y yo nos entendíamos. Mi madre producía un efecto sobre mí, inclusive cuando ella estaba en otra sala y yo la oía hablar; cuando ella se encontraba en otra casa, pero yo tenía conocimiento de que estaba allá; e incluso cuando se encontraba en otra ciudad u otro país, pero yo sabía que ella estaba sobre la faz de la Tierra.

Gracias recibidas junto al sepulcro de Doña Lucilia

Es curioso que, cuando oigo a alguien contar esta o aquella gracia que recibió junto al sepulcro de ella en el Cementerio de la Consolación, no digo nada, pero me quedo prestando atención y recordando. Mientras la persona describe cómo se hizo sentir la gracia en ella, cómo la guio, la apaciguó, la estimuló, en una palabra, la iluminó y la ordenó, me acuerdo enormemente de la acción de presencia que ella desarrollaba sobre mí. Era muy parecida con eso.

Por lo tanto, para mí tiene un duplo sentido: el beneficio hecho a las personas y también algo por lo cual ella como que me dice: “Hijo mío, ¿te acuerdas? Yo continúo siempre la misma, estoy allá, te ayudo y un día nos veremos juntos. Está tranquilo, sereno, sigue adelante. Por el momento, no pienses en el día en que nos encontraremos, sino en este resto de trayecto que debes recorrer, en el cual aún tendrás otras noticias mías como esa.”

Me estoy acordando de que hace poco tiempo se dio lo siguiente, con una buena persona que yo encontraba de vez en cuando y nos saludábamos, pero las cosas se mantenían paradas. En cierto momento me encuentro con él, noto que me mira de un modo especial y pensé: “Aquí hay una gracia de la Consolación.”

Yo no le dije nada. Unos días después, él se encuentra conmigo, me dice algo y añade: “¿Sabe Ud.?, estuve en el Cementerio de la Consolación. Yo estaba allí rezando –por el gesto de él, dio a entender que eran oraciones de rutina –, cuando de repente, no sé qué pasó en mí, mi horizonte se abrió. Comprendí tan bien una serie de cosas que no había entendido, vi tan bien cosas que no había visto, ¡que me siento otro! Y en la relación con Ud. siento otra relación que no era la de antiguamente.”

Y ahí me dijo algunas cosas con respecto a él. De hecho, cuando en el primer momento noté en él esa transformación, pensé: “Ahí hay una gracia del Cementerio de la Consolación”. Después reflexioné: “Se diría que él vio físicamente a mi madre durante un momento”.

Viéndola, el Dr. Plinio comprendía mejor la Iglesia y la Civilización Cristiana

Pero yo quiero describir el efecto de alma que sentí innumerables veces viéndola. Para responder a una pregunta de cómo era mi relación con ella, aquí queda bien encajada la respuesta.

El hecho concreto es que eso se desarrolló de la siguiente manera: viéndola, yo comprendía mejor las cosas de la Iglesia y de la Civilización Cristiana.

Hoy en día, en que llegué a una larga convivencia, gracias a Dios y a Nuestra Señora, con la Iglesia, comprendiendo, por lo tanto, mejor – también, ¡tal sería! – que en el tiempo en que yo era pequeño, aquello que en alguna medida fue reflejo de mi madre, hoy se refleja de su memoria y sirve para acordarme de ella.

El otro día, cuando estuvimos en la Iglesia del Corazón de Jesús, casi por todos los lugares yo contemplaba en primer lugar la iglesia, pero después me parecía ver los estados de alma de mi madre por toda parte. Eso componía enormemente el recuerdo que yo llevaba de ella.

Es necesario decir que no son muchas las ocasiones en mi vida en que ella intervino para alejar o resolver tal probación o dificultad, en que yo pueda decir que haya pedido la intervención de mi madre y sentí que ella intervino. Incluso en su vida terrena, no son muchos los hechos en que ella intervino con un consejo, un acto o algo así. Era mucho más una acción sobre mí para ponerme en proporción con los acontecimientos, que para desviarlos. ¡Pero eso es, de lejos, lo más precioso! Y ella lo hacía intensamente.

La palabra humana nunca agota enteramente la realidad

Me sería difícil decir más de lo que dije. Realmente raspé el fondo de las posibilidades de la palabra humana. Mi palabra se depara con una insuficiencia de expresión. Sería como, por ejemplo, quien tomase un topacio azul y lo pusiese a contraluz. ¡El topacio, de por sí, no puede dar a no ser lo que está en él…! Se pueden hacer juegos de luz con él, pero dará solamente lo que está en él. También en lo que dice respecto a mi convivencia con mi madre, yo no sabría decir más.

Imaginen que alguien les preguntase qué impresión tienen mirando la foto del Quadrinho1. Son muchas impresiones, pero llegan a lo indecible. Al cabo de algunos momentos, no se sabe más qué decir. Hay mucho qué hablar, pero no se sabe decir más, porque la palabra humana nunca agota enteramente la realidad.

A propósito, una de las cosas que hace bella la palabra humana, es justamente el hecho de que ella, en el fondo de todo lo que dice, tiene algo que no dice y se entrevé con la ayuda de lo que dice. Eso da a la palabra una belleza especial.

Comprendo que me pregunten: “Pero entrando más a fondo en la floresta, ¿qué existe?”

Respondo: “¡Árboles!” ¿Qué puedo decir?

Quién sabe si otro día esas recordaciones, puestas bajo otra luz, con otro ángulo, presentan nuevas refracciones y yo puedo decir algo más.

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(Revista Dr. Plinio, No. 254, pp. 6-8. Editora Retornarei Ltda., São Paulo, Brasil – Extraído de una conferencia del 28/10/1980  Título del artículo en la Revista: Unión de almas entre Doña Lucilia y el Dr. Plinio).

Last Updated on Tuesday, 23 March 2021 21:05