Al considerar la naturaleza inglesa, el Dr. Plinio discierne de una forma maravillosa algo de angélico en Inglaterra, la cual, a pesar del protestantismo, todavía conserva en su exterior un aspecto católico.
El perfume de los ángeles que pasaron…
Plinio Corrêa de Oliveira
Cuando hojeo álbumes o veo fotografías que retratan paisajes y escenas de los más variados países, me queda la impresión de que Dios llama a los pueblos a habitar los panoramas donde el espíritu de cada uno y sus respectivas peculiaridades irán a adquirir un florecimiento pleno.
Consideremos, por ejemplo, el inglés en su territorio.
Inglaterra es una nación toda hecha de rincones encantadores y de pequeñas cosas lindas, más propios para ser vistos aisladamente que en un gran conjunto. En la atmósfera inglesa, ellos revelan un gran frescor y una riqueza que sólo las almas muy inocentes y, por así decir, angélicas, saben percibir.
Así, por ejemplo, un pueblecito cortado por un riachuelo, cuyas aguas corren de modo encantador. Allí hay un pequeño puente de piedra por debajo del cual pasan algunos patitos. Más adelante hay una trepadera, sembrada de flores azules, que cae a lo largo de una roca y se moja discretamente en el regato.
La vegetación es común, el pajarito posado en una rama existe en el mundo entero, los patos son como los de cualquier lugar. Pero es propio de la ambientación inglesa, es decir, del modo en que las cosas existen y son focalizadas en ese país, hacer cautivadoras esas trivialidades. El arte y la perspectiva inglesa hacen sentir lo que tienen de encantador, constituyendo paisajes repletos de flashes, de destellos. Pero no forman grandes panoramas.
De grande, existen los castillos vigorosos. El de Warwick, por ejemplo. Con sus dos torres imponentes, posee, como todo lo medieval, fuerza, nobleza, belleza, sacralidad, según el modelo inglés.
Sin embargo, junto a los castillos altivos, otra forma de gran panorama atrae mi atención cuando considero los escenarios británicos. Me refiero a las ruinas de la época en que Inglaterra, reluciendo entre las naciones católicas de la Edad Media, mereció el título de la “Isla de los Santos”.
Al componer aquella especie de verso que se inicia con las palabras “Siendo aún muy joven…”, me imaginé delante de un paisaje inglés que vi, en el cual aparecían las ruinas de un monasterio medieval, con restos de construcción todavía de pie y otra parte transformada en escombros. Subsistían vestigios de una columnata con ojivas, a través de cuyos espacios se podía ver la grama inglesa, siempre muy bonita, extendiéndose por el terreno donde otrora se erguía un bello y sagrado edificio religioso.
Yo imaginaba aquel escenario limpio de escombros y de piedras derruidas, permaneciendo apenas los restos de la columnata, sorprendentemente bien conservada, bonita, pero vieja como todo, símbolo de algo que fue llevado por los acontecimientos. Me situaba en ese cuadro, puesto en nuestro siglo, con mis veinte años de edad, en un momento en el cual reflexionaba acerca de los rumbos de mi vida. Y esa reflexión está expuesta con la mayor simplicidad posible de términos: “Siendo aún muy joven, consideré enlevado1 las ruinas de la Cristiandad. A ellas entregué mi corazón. Di la espalda a mi futuro. E hice de aquel pasado cargado de bendiciones mi porvenir…”
Teniendo en cuenta, pues, toda la grandeza católica que esas ruinas simbolizan, los castillos altivos y nobles, y los pormenores encantadores del paisaje, me pregunto: ¿qué veo en Inglaterra?
Y no dudo en responder: veo realmente algo angélico.
En ella se discierne algo de una rectitud, de una serenidad, de una honestidad, de una dignidad tan grande, que obligó al protestantismo inglés a usar un ropaje católico, pues de lo contrario el pueblo no lo aceptaría. Por eso el anglicanismo es, entre todas las herejías protestantes, la única que todavía conserva en su exterior un aspecto católico.
Pero, con la reforma protestante pereció en Inglaterra el trazo luminoso que le venía de la Edad Media. La nación casi entera prevaricó al lado de su rey apóstata.
Pueblo amado por Dios como todos los pueblos que Él creó, Inglaterra se transformó, sin embargo, en un país profundamente desfigurado por la herejía. Las catedrales y abadías de las cuales fue exiliado el Santísimo Sacramento parecen sin vida. Yo diría que, en medio de esa tristeza que envolvió aquella isla, restó algo del perfume de los ángeles que pasaron por allí… Un perfume que trae el recuerdo de la manera como fue decidida la evangelización de Inglaterra.
San Gregorio Magno, Papa, andaba por el mercado de Roma cuando vio unos esclavos puestos a la venta. Eran prisioneros de guerra, muy rubios y bien apersonados. El Pontífice inquirió entonces respecto a la procedencia de aquellos hombres. Le respondieron:
– Sunt angli. (“Son anglos”.)
Y el Papa exclamó:
– Non sunt angli, sed angeli. (“No son anglos, sino ángeles”.)
Enseguida, San Gregorio Magno dio órdenes para que se organizase una misión, liderada por San Agustín de Canterbury, a fin de evangelizar el pueblo inglés.
De ahí data la primera conversión de Inglaterra. Primera, sí, pues nos cabe rezar especialmente por el retorno de la antigua Isla de los Santos al gremio de la Esposa Mística de Cristo, para la mayor gloria de Dios y de su Madre Santísima.
1) N. del T.: De la palabra portuguesa enlevo, que significa encanto, embeleso, maravillamiento.
(Revista Dr. Plinio, No. 9, diciembre de 1998, p. 34-35, Editora Retornarei Ltda., São Paulo).
Last Updated on Friday, 04 May 2018 17:44