En este castillo estuvieron los cruzados que lucharon contra los moros. En él existe un contraste armónico entre la altivez y la estabilidad, que marca de algún modo la sacralidad de la fortaleza. Cuando venga el Reino de María y brille de nuevo la luz del Espíritu Santo en la Tierra, ¡qué magnífica altivez y estabilidad tendrá ese Reino, pues será muy superior a la Edad Media!
Altivez y estabilidad sacral
Plinio Corrêa de Oliveira
El panorama que vamos a comentar se compone básicamente de tres elementos: el Castillo de Mota – en Medina del Campo, en España –, el cielo y el árbol.
Murallas altas, bellas y dignas
En el castillo, que es evidentemente la nota dominante, encontramos dos aspectos principales: las murallas, en las cuales se destacan los grandes torreones de ángulo, que sobresalen como un elemento enteramente distinto de las murallas, y la torre, que, a su vez, es la nota dominante del castillo.
Me parece más interesante comenzar por analizar el castillo, partiendo del elemento secundario para después pasar al principal. El elemento secundario está constituido por las murallas y los torreones que las integran.
Las murallas son altas, bien trabajadas, bellas, dignas, altivas. Sin embargo, no tienen nada de extraordinario. Ellas poseen una belleza real, pero frecuente en muchos monumentos medievales de ese tipo. A propósito, hay murallas mucho más bonitas que esas. Al menos para mi gusto, la muralla de una piedra sombría, de un granito cargado y “preocupado”, expresa mucho más todo lo que la muralla tiene que expresar que esa piedra un poco blanca, tornada aún más reluciente por la luz del sol, con una apariencia festiva, que no parece propiamente militar, como era la finalidad de las murallas en aquel tiempo. Yo incluso llegaría a llamarla de muralla plácida, tranquila. Ella se extiende a la manera de un rectángulo, sin mayores movimientos, con los torreones intercalados simétricamente, sin una mayor fantasía, obedeciendo simplemente a una necesidad militar, pero sin ninguna preocupación estética más particular.
Torre altiva, fuerte y firme
En contraste con ese aspecto y, por lo tanto, realzándolo, está la torre alta, imponente, que desafía y se yergue muy por encima de la muralla, haciendo de esta casi un velo o manto que pende de la cabeza de una reina. La diferencia de altura, de poesía, de fantasía y de imaginación entre la torre y los muros es enorme. De esa forma se destaca extraordinariamente la torre, tornándose verdaderamente la nota dominante.
Como dije más arriba, las murallas se yerguen altivas. Sin embargo, la altivez de la torre es realzada por los torreones de ángulo que le dan una fisionomía especial. La torre se yergue altiva, pero al mismo tiempo maciza, fuerte y firme, como quien dice: “Yo miro de arriba, desafío, pero resisto. No tengo miedo a nada. Mi ángulo está dispuesto a cortar los ataques de los adversarios como la proa de un navío rasga los mares. A mí nada me da inseguridad. Estoy dispuesta a resistir de cualquier forma, a todos los trances. A mí nadie me derrumba. Ni siquiera después de haber sido abandonada y aislada, habiéndome sido retirado cualquier uso militar, dejaré de ser una proclamación viva de los ideales que serví.” Se diría que por encima de los siglos ella espera otros adversarios para prestar nuevos servicios a los mismos ideales. Ella está intacta. Para ella el tiempo, el abandono de los hombres, el cambio de las circunstancias no quieren decir nada. Ella espera, serena, el fin del mundo y no teme el juicio de Dios.
Es una afirmación de un estado de espíritu de conciencia tranquila que camina hacia la muerte y hacia la eternidad sin preocuparse con ellas. Así veo yo la fisionomía de esa torre.
¿De qué manera colaboran para componer el panorama el cielo muy azul y la luz que incide sobre el castillo?
Fortaleza ufana, aunque triste
A mi modo de ver, ese castillo, como se encuentra, da la impresión de un esqueleto calcinado por el sol. Se nota que la vida de todos los días ya no se desarrolla en él. Se tiene la impresión de que, por dentro, él está más o menos abandonado. Por esa causa, también se tiene la sensación de una especie de naufragio inmenso, cuya tristeza y cuyo abandono son acentuados por el esplendor de la luz solar, como quien dice: “La luz incide, toda la naturaleza se alegra indiferente a la tristeza del castillo.”
La fortaleza es ufana, aunque triste. Hay en ella algo que no tiene nada de ruina, pero anuncia la ruina de un orden de cosas que hubo dentro de ella.
Sin embargo, ese es apenas un aspecto. Por otro lado, la luz del sol le comunica cierta alegría al castillo. Algo que da la impresión de una esperanza de revivir. Y hay una melancolía y un élan que, juntos producen una sensación un poco indefinida. No se sabe bien si es de victoria o de tragedia. A mi modo de ver, en el fondo, es la conjugación de las dos cosas.
El árbol le comunica un poco de vida al conjunto del paisaje. Si lo imaginásemos sin el árbol, esa impresión de desolación se acentuaría aún más. Se diría que un poco de savia, de la sonrisa de la vida concreta, se recuesta junto al viejo castillo y le da un poco de animación a aquello que es tan áspero y está de tal manera calcinado por el sol.
“Represento la sacralidad contra las hordas de mahometanos que invaden”
Me acuerdo de una exclamación del Mariscal Mac Mahon1 durante la Guerra de la Crimea, que cito a causa de la concisión francesa que la caracteriza: “Jʼy suis, jʼy reste – Aquí estoy, aquí permanezco.” Esa afirmación, muy altiva en su simplicidad, podría ser aplicada a esta torre. Ella, por así decir, mira muy por encima a todos sus adversarios, pero está agarrada al suelo, como afirmando: “Este suelo es mío y de aquí nadie me saca. ¡Aquí me quedo!”
Pero no es sólo eso. Una cosa es la altivez de Mac Mahon, otra es la de una torre medieval. Es decir, es necesario, comprender la altivez, la persistencia, la estabilidad, no como la de un hombre – por ejemplo, Mac Mahon – durante la guerra, sino la de una era, de una civilización, de una cultura. En último análisis, es la estabilidad y la altivez de la fe católica. O sea, gente que no cree en la vida eterna no es capaz de tener ese tipo de altivez y de estabilidad simbolizadas por esta torre.
No es la altivez de quien se compara con el adversario para declarar: “¡Yo soy más!”. Sino de aquel que, por así decir, toca el cielo y afirma: “El cielo que toco es incomparablemente más. Aquí represento el Cielo, a Dios Nuestro Señor, la sacralidad contra las hordas de mahometanos que invaden.” Es, por lo tanto, una altivez y una estabilidad sacral. La sacralidad me parece estar fuertemente presente ahí.
Así definiría yo ese castillo.
Contraste armónico entre altivez y estabilidad
Debemos procurar recordar que aquí estuvieron los cruzados; ese castillo fue utilizado en la lucha contra los moros. Vemos bien el alma católica que en él se expresa, por ejemplo, en la parte superior de la torre. Ella es casi toda lisa, encima las almenas y los torreones se acumulan, y hay algo de cargado en el topo que lleva hacia lo alto, medio difícil de expresar. Ese contraste armónico entre la altivez y la estabilidad también marca de algún modo la sacralidad del castillo.
De donde se podría decir: “¡Oh altivez católica, oh estabilidad católica, oh Divino Espíritu Santo estable y altivo!” E imaginar, por ejemplo, Pentecostés, con las lenguas de fuego cayendo, en las cuales todas las virtudes estaban simbolizadas, cómo sería allí la altivez y la estabilidad. Es una verdadera maravilla.
O bien conjeturar, cuando venga el Reino de María y de nuevo la luz del Espíritu Santo brille sobre la Tierra, cómo será la altivez y la estabilidad. Si el Reino de María será más que la Edad Media, ¿qué magnífica altivez y estabilidad tendrá?
Hacia eso debemos tener vueltos nuestros ojos. Es la trascendencia que va hasta el Espíritu Santo, y tiene una proyección profética hacia el futuro.
El desaparecimiento gradual de los castillos
Con el paso del tiempo se fueron haciendo fortificaciones cada vez menos bonitas y menos elevadas, hasta llegar a lo anodino, hasta precipitarse en la fealdad. Hay todo un problema de arte militar para discutir, sobre si verdaderamente esos castillos se volvieron inútiles con las armas de fuego; yo discuto eso. Por ejemplo, cuando de lo alto de las torres de la Bastilla los cañones dispararon al servicio de la Fronda, fueron muy mortíferos. ¿Por qué entonces un arma de fuego no es útil desde lo alto de una torre? Es una cuestión para ser analizada.
Pero, en fin, comenzaron por hacer castillos sin torres. Y después, naturalmente, a no hacer más castillos. Verificamos entonces algo curioso: en las batallas del siglo XIX – de Napoleón, por ejemplo –, hubo de vez en cuando combates encarnizados por la toma de una aldea presente en medio de un campo de batalla. ¿Por qué la toma de una aldea? Porque aquellas construcciones son estratégicas para el ataque o para la defensa. ¿Por qué entonces, un castillo no lo sería?
El desaparecimiento gradual de los castillos, de las fortalezas, dio lugar al arte militar basado en trincheras. Comenzaba, así, la guerra de las cucarachas y de las babosas.
Evidentemente, todo eso tiene una razón técnica. Sin embargo, ¿habría apenas razones técnicas? Eso sería discutible…
1) Patrice de Mac Mahon (*1808 – †1893). Estadista francés, Mariscal de Francia y Presidente de la República francesa de 1873 a 1879.
(Revista Dr. Plinio, No. 243, junio de 2018, p. 31-35, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 3.1.1975).
Last Updated on Thursday, 14 June 2018 22:49