En Venecia hay belleza, elevación y grandeza, lo contrario de lo que ostenta el mundo de hoy. En nuestras almas existe el deseo de una revancha contra la fealdad, la hediondez y la trivialidad contemporáneas. Ese deseo hace de nosotros los iniciadores del Reino de María.
Plinio Corrêa de Oliveira
En una fotografía de un aspecto de Venecia, en la cual el fotógrafo fue especialmente feliz, observen una paloma, el mar, los campanarios, las iglesias y los palacios.
Una burbuja de belleza sobrevolando en el aire
Da la impresión de que todas esas bellezas por así decir saturan el aire y nos remiten a una cierta irrealidad, la cual está en la maravilla de los crepúsculos venecianos; y la paloma tiene algo a la manera de una noción de eso, y vuela deleitada en medio de todas esas cosas. A la paloma no le gusta sólo el aire, sino que se diría que ella forma un solo todo con esa belleza. Nosotros sabemos que se trata de un ser irracional, orientado apenas por sus instintos. Pero, ¿no es verdad que da la impresión de que ella goza de un bienestar aumentado por esa hermosura? Una paloma como esa, en el Largo do Arouche, en São Paulo, no tendría ese bienestar.
¿A qué se debe eso? Se debe al hecho de que ella contribuye, como una obra prima de diseño, para esas maravillas. Ella misma, como está ahí, es linda. Noten cómo las alas quedan bonitas, cómo el vuelo se vuelve elegante. ¡Ella es un sueño! Se diría que la paloma es una burbuja de belleza que se desprende y queda sobrevolando en el aire.
Estas consideraciones nos llevan a preguntarnos cómo será aquella perfección alta y magnífica, para la cual fue hecha la Humanidad y tiende a poseer antes que la Historia del mundo acabe, y donde Nuestra Señora será la Reina. Cuando, por lo tanto, no serán apenas palomas las que vuelen por el aire, sino algo marial que habitará en todo – tomando en consideración que María Santísima es la obra prima de Dios en el Cielo y en la Tierra –, ¿cómo serán esas cosas? Es verdaderamente indecible.
Una de las maravillas del universo: el Palacio de los Doges
Aquí encontramos, en primer plano, a dos pasos del mar – y el encanto está en eso, pues entre más próximo del mar es más arrebatador –, sin vedar el tránsito, el Palacio de los Doges.
A mi modo de ver, ese palacio es de un color difícil de definir y que varía un poco de acuerdo con la luz del día. Pero en esta fotografía se presenta de un róseo muy delicado, aunque no homogéneo; se percibe la presencia variada del róseo y del blanco en las ojivas góticas, formando una especie de contraste.
De por sí, lo bonito sería, de acuerdo con la ley de la gravedad, ver el elemento más pesado cargar el más leve. Sería, entonces, explicable que ese palacio fuese construido de tal manera que esa especie de caja – es un ultraje llamarlo así – deliciosamente rósea, ornada de tres ojivas agradablemente simétricas, pensativas, calmas, tranquilas y nobles, que parecen estar, ellas mismas, viendo el mar, contemplándolo con la familiaridad con la cual las grandes personas contemplan lo lindo; parecería normal, en fin, que esa caja estuviese en la tierra, y la parte más leve, o sea, las columnas de ese piso inmediatamente inferior, así como la columnata que toca el suelo, estuviesen arriba.
Se diría que ese edificio, construido así como está, daría la sensación de un peso horrible, y de que esa caja fuese a aplastar y quebrar la columnata en cualquier momento. Pero la distribución de los cuerpos y de los volúmenes está calculada con tanta inteligencia, que no se tiene esa impresión. Por el contrario, se siente que esa columnata carga sin esfuerzo la caja que, negándose a quedarse en la tierra, es soportada por esas columnas magníficas, de manera a permitir la circulación del aire por debajo de ella. El arte orna eso con esa primera línea ojival muy bonita, y abajo con esos otros arcos, quedando el palacio, por así decir, suspendido en el aire.
Llamo la atención para lo bien pensado en cada detalle de esa fachada. Quedaría monótona si no hubiese en toda la mitad aquella puerta dando hacia una terraza. Y si existiese allí una ojiva más el palacio se volvería insoportable. Para aquella puerta, esa terraza tiene exactamente el tamaño que debe tener para completar bien y levemente una de las maravillas del universo, el Palacio de los Doges.
Un viaje que conduce al Cielo o al infierno
Imagínense sentados en góndolas y siguiendo en dirección a esa plaza que se abre más al fondo y tiene una torre. Se percibe, por las cúpulas, que hacia esa plaza también da una iglesia, y existe además otro palacio. Pero hay una parte de la plaza que da directamente al mar. Es el desembarcadero para las personas que llegan, un muelle. Hay muelles a lo largo de toda esa columnata, a fin de facilitar al máximo el desplazamiento de la población.
Noten cómo existen ahí dos columnas. En una de ellas hay una estatua de San Teodoro aplastando al dragón; en la otra, el león alado, emblema de Venecia. En el intervalo entre las dos columnas había otro “muelle” de un género muy diverso. En él algunos hombres emprendían un viaje cerca del cual nuestros viajes contemporáneos son cero, e inclusive los hombres que fueron a la Luna no son nada en comparación con los que hacen ese viaje, porque es el viaje que conduce al Cielo o al infierno… Allí eran ejecutados, en troncos especialmente llevados para la ceremonia, los condenados a muerte. Lugar lindo, encantador, pero es uno de los trazos de Venecia. Ella es festiva, pero tiene alguna cosa en el fondo muy grave y hasta un tanto melancólica, sin la cual Venecia sería una banalidad.
Un encaje de piedra
Allí vemos levantarse un campanario: las campanas que sirven a la Catedral. Una construcción originalísima que desentona del blanco de todo lo edificado alrededor. No obstante, también tiene la parte alta toda blanca, con un cono muy bonito encima, del cual cada triángulo está enmarcado por una franja blanca. Esta torre es del siglo XX. La original, por cuestiones geológicas, se desplomó de repente. En ese entonces era Papa San Pío X, quien había sido Patriarca de Venecia e impulsó la construcción de una torre absolutamente idéntica a la que ya existía. De tal manera que se toma esa como la torre antigua.
Examinen el color de ese mar. ¿Quién lo define? ¿Es verde o azul? ¿Ahí entra otro colorido además del verde y del azul? Tampoco se sabe. Esa multitud de góndolas da un aire festivo, de alegría y de vida, que completa el panorama.
En otra fotografía se ve de cerca un poco del verdadero encaje de piedra. En la terraza de piedra blanca, cada columna da la impresión de una llave, dentro de la cual hay una especie de trébol, cuyas hojas tienen el diseño esquemático e imaginario de un trébol de cuatro hojas, dentro de círculos. Eso sería la oreja de la llave, y, abajo, un pedazo de columna sería la lengüeta de la llave. Y todo es hecho de tal manera que, recostada una llave sobre la otra, se forman ojivas. Y lo ojival aparece ahí en una de sus más bellas manifestaciones.
Un techo que parece levantar vuelo
Noten la simplicidad de las líneas con las cuales está construida la fachada de la Catedral de San Marcos. Son cinco arcos: dos a cada lado, y en el medio un arco un tanto más grande, que interrumpe un poco el curso de la balaustrada, de la baranda de la terraza de arriba. De tal manera que aquello le sirve de techo al atrio de la iglesia y también de terraza para pasear por arriba. Más arriba se encuentran ojivas muy abiertas, que conservan su parentesco con la ojiva gótica común, por el hecho de que terminan en esa punta, reuniendo armónicamente dos extremos en un movimiento que tiene un resto de ojival. Y cada ojiva, hecha de una piedra blanca linda, sirve de protección, de techo para una bella escena en mosaico, con fondo dorado, que representa hechos de la vida de Nuestro Señor.
Hago notar esas puntas entre arcada y arcada. Dan un carácter liviano enorme al techo. Da la impresión de que el techo está por levantar vuelo. Ahí vemos, una vez más, traducirse el anhelo del hombre de volar. Consideren cómo cada punta de esas está bien trabajada, y cómo la moldura que circunda cada arco de la arcada superior también está toda erizada de pequeñas puntas. Parecen, así, las alas de innumerables palomas que se abren para volar, llevando consigo, por los aires, la catedral mil veces famosa. ¡Es una verdadera maravilla!
El charme es un aliado natural de la grandeza
Llamo la atención también para un detalle que, analizado después de ser percibido, llega a desconcertar un poco. Pero, en fin, eso es así y me agrada enormemente. En cada uno de esos arcos hay una puertecilla, pero ninguna está bien centrada con relación al arco inferior. Con la manía de lo igualitario y de lo decimal que se difundió por el mundo en el siglo XIX, si fuesen a construir un monumento como ese, no tendrían talento para eso ni de lejos. Pondrían esa puertecilla justo en el centro de cada arco.
Imaginen que un dedo malhechor empujase esas puertecillas justo hacia el centro. ¡Qué monotonía! Fue allí empleada una forma de talento por donde la asimetría de esas puertecillas tal vez pasase desapercibida por muchos. Eso se llama propiamente genio. Tiene algo de común con el charme, del cual dicen los franceses: le charme, plus beau que la beauté – el charme, más bello que la propia belleza. La Catedral de San Marcos está llena de esos charmes. El charme también está en esas puertecillas… ¿Qué no es charme ahí? Sólo no es charme lo que es grandeza. Sin embargo, el charme es el aliado natural de la grandeza; porque la grandeza sin charme queda pesada, y el charme sin grandeza se torna frívolo.
Me refería a la grandeza. Procuren ver en la cúpula, atrás, la grandeza, la magnificencia. ¡Es asombrosa! Ella sería muy pesada si no fuese todo eso descrito anteriormente. Daría la impresión de una olla grande colocada allí. Miren la forma de la cúpula, la cruz en lo alto, el juego de varias pequeñas cúpulas, y tendrán propiamente el charme. Es la incomparable Catedral de San Marcos.
Revancha contra la fealdad, la hediondez y la trivialidad contemporáneas
Los venecianos de la época de los palafitos1 no percibían lo que iba a resultar de lo que ellos hicieron. Pero se puede suponer que ya tuviesen cierta propensión para eso, a la cual el Bautismo dio la realidad, el elán, de tal manera que resultase lo que aquí estamos contemplando.
A juzgar por la afirmación de San Luis María Grignion de Montfort de que los Santos del Reino de María van a ser tales que, comparados a los del pasado, serán como cedros del Líbano en relación con arbustos2, la medida de belleza, de verdad y de bien que toda civilización alcanza es dada por la medida de los santos que en ella florecen.
Ese principio, por ejemplo, lo encontramos subyacente en todas las reflexiones que hice sobre la gruta de Subiaco y San Benito3.
Creo que en nuestras almas hay un deseo de una revancha contra la fealdad, la hediondez y la trivialidad contemporáneas. Y ese deseo hace de nosotros los “palafíticos” del Reino de María. Sin embargo, mientras no se dé el Grand Retour5 y no vengan los castigos previstos en Fátima, y todo eso no sea barrido y limpiado, casi no conseguimos entrever las bellezas venideras. No obstante, en el fondo de nuestras almas existe ese anhelo que nos hace discernir la potencialidad para lo maravilloso de cien cosas que conocemos y que todavía no son maravillosas.
Para eso, cuidemos de ser santos y de ir viviendo. Por el curso natural del tiempo y de la edad, muchos asistirán todavía a todas esas maravillas sobre la faz de la Tierra. Otros las verán anticipadamente – algo mucho mejor –, pues serán llamados por Dios a contemplarlo cara a cara, en el Cielo.
1) Cfr. Artículo anterior, extraído de la Revista Dr. Plinio, No. 246, p. 33.
2) Cfr. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. Cap. I, art. 2, No. 47.
3) Cfr. Revista Dr. Plinio, No. 244, p. 27.
4) Al inicio de la década de 1940 hubo en Francia un extraordinario incremento de la religiosidad debido a las peregrinaciones de cuatro imágenes de Nuestra Señora de Boulogne. Tal movimiento espiritual fue denominado “Grand Retour”, para indicar el gran retorno del país al antiguo y auténtico fervor que se había atenuado mucho. Al tener conocimiento de ese hecho, el Dr. Plinio comenzó a usar esa expresión no solamente en el sentido de “Gran Retorno”, sino para indicar la esperanza de un avasallador torrente de gracias que, por mediación de la Santísima Virgen, Dios concederá al mundo para la implantación del Reino de María.
(Revista Dr. Plinio, No. 247, octubre de 2018, pp. 32-35, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 2.12.1988).
Last Updated on Saturday, 06 October 2018 17:48