Meditando sobre el Palacio Comunal de Siena, el Dr. Plinio discurre sobre el poder que allí se aloja, el cual representa el poder divino de gobernar a los hombres. Es un poder ejercido en nombre de Dios, aunque se trate de un poder temporal. El Estado tiene, además de la finalidad de gobernar a los hombres, una misión mucho más alta: la de servir para defender a la Iglesia.
Palacio espléndido, digno, amplio, confortable, severo y fuerte
Plinio Corrêa de Oliveira
Con su aislamiento en la naturaleza agreste de Subiaco1, San Benito estaba preparando gracias para una cantidad incontable de personas más débiles, llamadas a cosas más pequeñas, pero aun así atraídas para el Cielo.
Tal vez no para tomar asiento entre los Serafines y los Querubines, sino entre los Ángeles, tan respetables y esplendorosos, de menor posición en la jerarquía que compone la desigualdad celestial y armoniosa de los coros angélicos. Y en esas condiciones habría de llegar toda una cohorte de almas menores que vivirían en condiciones menos heroicas, pero deberían tener un reflejo de los esplendores meditados por el gran San Benito en la soledad.
Sociedad temporal marcada por la sociedad espiritual
Era necesario, por lo tanto, que hubiese una vida religiosa en el ápice de toda la existencia humana, y por debajo de ella la vida temporal, de los hombres que se entregan a las actividades temporales. Porque Dios quiso que así fuese, que esos religiosos tuviesen también un alto pensamiento, altos anhelos, y engendrasen una sociedad temporal toda marcada por la sociedad espiritual.
En el Palacio Municipal de Siena se notan esplendores nacidos de San Benito y su obra, en la soledad de Subiaco. Consideremos algunos aspectos de ese bello edificio destinado a ser una simple alcaldía municipal.
Creo que esos dos relojes del Palacio Comunal ya no funcionan. En esa fotografía, el sol parece indicar algo matinal, de un día que nace, y no el calor pesado del medio día. La plaza está prácticamente vacía, se perciben algunas personas, aunque se pierden en la vastedad del local. Por eso, se tiene la impresión de que toda la Historia consiguió huir del siglo XX y volver, al final, reconfortada y casi sin aliento, a los siglos en los cuales ella no tenía en torno de sí a no ser hombres con fe.
Un poder ejercido en nombre de Dios
Noten la inmensidad lisa de la plaza y el contraste entre los dos aspectos: el palacio y el resto. El resto es decente, pero el palacio se yergue como un rey dominador, pronto para gobernar las otras casas. Casi se podría decir que tiene una mirada, a través del reloj que le sirve para ver las cosas. Una mirada ordenadora, de quien conoce cuál es el lugar propio para cada cosa, cuál es el bien que resulta del hecho de que ella esté en su puesto, y que le cobra con la mirada a cada cosa que se mantenga en el lugar donde se encuentra, sin tolerar que baje quien debe estar arriba, ni que suba quien necesita quedarse abajo.
Se ve, así, el palacio espléndido, digno, amplio, confortable, severo y fuerte, que no depende a no ser de sí para gobernar, y que ejerce esa función tan parecida a la de Dios: gobernar a los hombres. El poder que allí se aloja representa eminentemente el poder divino de gobernar a los hombres. Es un poder ejercido en nombre de Dios, aunque se trate de un poder temporal.
El poder espiritual tiene una investidura divina; el cargo fue creado por Dios, que inviste, por las manos de la Iglesia, al hombre que lo ejerce. Es lo que se da con el Papa, el obispo y también con el párroco. La dignidad de Papa, de obispo o de párroco es creada por la Iglesia. Nuestro Señor Jesucristo creó el cargo de San Pedro y de los Apóstoles; por lo tanto, el de Papa y el de los obispos. La Iglesia creó el de los párrocos. Ella es quien inviste. Todo se hace en el puro terreno natural.
Y existe la autoridad terrena, que preside el orden temporal, rige las cosas temporales y nace del orden natural de las cosas puestas por Dios. El Creador dispuso las cosas de tal manera que el hombre necesitara de tener una autoridad para gobernarlas, aun cuando no hubiese pecado original. Y esa autoridad indispensable en el Paraíso terrestre es clamorosamente indispensable en esta Tierra con pecado original. Las personas son gobernadas según Dios, orientadas por Él, y se salvan, o, rechazando a Dios, se van al infierno. Lo que estoy diciendo no es nada autogestionario. Es uno de los mejores aspectos de lo que estoy afirmando.
La naturaleza y la gracia se besan
Ese poder no se expresa aquí con la liviandad y el esplendor de las cosas sobrenaturales, como, por ejemplo, en la Iglesia de Orvieto, con aquellos mosaicos coloridos. La naturaleza es más pesada que la gracia. Ella nace del suelo, santa y legítimamente, pero viene del suelo. La gracia baja del Cielo. Ambas se encuentran y se besan; la naturaleza, sierva, besa los pies de la gracia, que es señora.
Los hombres que ejercían el poder en el tiempo en que ese palacio fue construido – y la mentalidad de los que habitaban en ese lugar – estaban profundamente persuadidos de la idea de que quien gobierna, aun cuando sea en el orden temporal, gobierna por orden, por designio de Dios. Él quiere que eso sea así, pues ese alguien gobierna en nombre de Dios.
Él necesita para eso, además de la gracia, también de la fuerza. No estoy diciendo que necesita más de la fuerza que de la gracia, sino que afirmo otra cosa. En las vías de las Providencia, la gracia necesita un tanto de la fuerza para completar su obra. Y la naturaleza necesita mucho más. Un gobierno no tiene el don de persuasión para mover a las almas, como posee la gracia. Y quien no puede persuadir y necesita mandar, debe agarrar por los hombros y hacerse obedecer. Por eso vemos un ligero aire de fortificación, de cuartel, de palacio, en cuyo sótano bien puede caber una prisión. Eso no se disocia del conjunto de la majestad de ese edificio.
Además de gobernar a los hombres, el Estado tiene la misión de defender a la Iglesia
Y hay una cosa interesante: vistos bajo ese aspecto, los dos torreones que están en los ángulos del cuerpo central parecen brazos y manos erguidas hacia el Cielo, pidiendo la ayuda de Dios para el ejercicio del mando de las cosas temporales.
Ese palacio así es, como debe ser, muy ligado a las cosas temporales, porque el poder del Estado es este. Y lo que queda por detrás: el presupuesto religioso de la autoridad del Estado; la misión de este de velar para proteger a la Iglesia contra las agresiones; de garantizar la expansión de los misioneros por toda la Tierra, de tal manera que puedan predicar libremente la palabra de Dios sin que nadie use de la fuerza contra ellos; el poder de cohibir las herejías declaradas como tales por la Iglesia y de impedir que ellas se expandan, apenas tolerando que tengan un lugar oculto y avergonzado sobre la faz terrestre; esto indica casi que la misión de Cruzado del Estado.
El Estado tiene, al lado de la finalidad de gobernar a los hombres, una misión mucho más alta, de servir para defender a la Iglesia. Este lado altísimo del poder del Estado está muy bien representado por la torre, que llega alto, alto y alto, y dice: “Vosotros, viendo el aspecto temporal de las cosas, notáis toda mi figura temporal. ¡Ved cómo es bella! Pero vosotros no visteis nada, no conocéis mi misión divina: ¡Vedla!”
Esta sería una pequeña meditación sobre la plaza del Palacio Municipal de Siena.
Tal meditación se opone a la actitud psicológica de un número incontable de turistas que llenan ese lugar durante el día. Ellos ni siquiera tienen estas ideas, ni estos presupuestos, no se colocan delante de estos antecedentes históricos. En consecuencia, se preocupan por chupar – porque esa es la palabra – una horchata, o por beber una cerveza, comer un sándwich o cualquier cosa en las numerosas mesas que, en los días de verano, llenan la plaza.
Se diría que ese palacio, actualmente, es apenas una reminiscencia histórica que, a la manera de un animal prehistórico, los arqueólogos sacan de entre los hielos y dicen: “Este es un mamut.” Estos son los osarios de la Civilización Cristiana…
Erguir las almas hacia el Cielo
El interior del palacio está cubierto de pinturas de un gran valor. Es interesante notar cómo el espíritu católico aprovecha los ambientes. En Subiaco fueron inmensidades que alimentaron la meditación de San Benito, teniendo como cúpula el cielo. Aquí, el techo, que parece bajo en virtud de lo bajo que son esos arcos, convida a otra forma de meditación: es el recogimiento de un espacio pequeño.
Las pinturas se asemejan a un gran libro que trata de escenas eclesiásticas, históricas, etc., en la cuales el hombre puede meditar sobre las cosas de Dios. Y un espíritu meditativo y pensativo sobre las grandes responsabilidades, los grandes servicios que puede prestar para la salvación de las almas y para el bien de los hombres, y, sobre todo, para el servicio de la Iglesia, encuentra aquí un lugar ideal para pasear solo mientras toda la ciudad duerme, y apenas de vez en cuando, el tintinear de los relojes y de las campanas dan a entender la hora que pasa, y él está rezando y pensando, rezando y pensando: “¿Cuántos hombres van a salir para la Cruzada?”
Parece haber en el interior del palacio un dosel para un altar, y que al fondo hay un cuadro sacro con velas y figuras de ángeles, o de otros personajes con aureolas de santos. Tengo la impresión de que se trata de una capilla donde se realizan ceremonias religiosas, sobre todo la Misa. No me sorprendería que, todas las mañanas, los trabajos de la municipalidad comenzasen con una Misa oficiada por un capellán de la Alcaldía; y en los días de fiesta el propio Arzobispo de Siena la celebrase, seguido por su clero y sus canónigos. Y atrás de la reja quedasen las autoridades y, mirando por las aberturas de la reja, el popolino de Dios. Y que la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario precediese, todos los días, y la bendición del Santísimo Sacramento cerrase, todas las noches, los trabajos de la Alcaldía.
Comparen con cualquier Alcaldía de hoy, y yo pregunto: ¿Cuál de las dos levantan más las almas hacia el Cielo? Y en el hecho de erguir las almas hacia el Cielo, hay un elán dado por la gracia, que hombres como San Benito conquistaron, sufriendo y haciéndose solitarios en las grutas de Dios.
(Revista Dr. Plinio, No. 245, agosto de 2018, pp. 30-36, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 18.11.1988).
Last Updated on Saturday, 13 October 2018 16:13