El espíritu que animó a la Revolución Francesa

Todos los elementos de verdad, bondad y belleza existentes en la Tierra antes de la Revolución Francesa fueron construidos y organizados por personas dotadas de un espíritu vuelto hacia Dios, que amaban lo verdadero, lo bueno y lo bello. En sentido opuesto, esa Revolución fue la explosión de odio de aquellos que detestaban todo cuanto es grandioso, noble, legítimo y bueno, y querían establecer un mundo vulgar, desordenado, inmoral y sin fe.

 

Plinio Corrêa de Oliveira

Supongamos que exista un palacio tan admirable que, si no lo hubiésemos conocido por lo menos por fotografías, nuestra mente no fuese capaz de imaginarlo.

Encanto por un bello palacio

Sin embargo, obtenida una buena fotografía, la mostrásemos a un colega que nos dijese:

– ¡Pero qué palacio tan lindo, qué fotografía tan maravillosa! ¿Me la podría prestar durante algunos días para llevarla a mi casa?

– ¿Por qué verla? ¿Cuál es la ventaja? – le preguntaríamos para ponerlo a prueba.

– No sé, eso eleva mi alma. Viendo ese palacio, esos mármoles, esas tapicerías, esos muebles, el predio con su belleza, con su distinción, con su imponencia, mi alma sube. Y siento la necesidad de eso porque todo en el mundo contemporáneo rebaja, deprime, envilece, corroe, destruye, decepciona. Encontré algo que produce el efecto contrario en mi alma; ese es el remedio. Si me pudiese dar una copia de esa fotografía, sería la obra de caridad más grande que me haría, porque estoy encantado con ese palacio.

Notaríamos inmediatamente la nobleza de alma de nuestro interlocutor y pensaríamos en nuestro íntimo: “Con toda seguridad, voy a hacer el sacrificio de darle esa fotografía, porque ella hace el papel de un par de alas para que el alma de él suba más alto, hasta Nuestra Señora, a fin de aumentar sus horizontes intelectuales y, de esa forma, también, sus horizontes religiosos y espirituales. Si ese palacio es una imagen del Cielo en la Tierra, ese pobrecito, que no tiene ninguna idea del Paraíso, al contemplar ese palacio podrá sentirse más elevado rumbo al Cielo, a donde yo tanto quiero que él vaya.”

Odio a todo cuanto es distinguido, noble y elevado

Imaginemos ahora lo contrario: uno de nosotros está hojeando un álbum con fotografías del Palacio de Versalles. Alguien se acerca y pregunta:

– ¿Qué tiene Versalles de extraordinario?

– ¡¿Cómo?! Versalles es una obra de Dios.

– De Dios no, fue el Rey Luis XIV que mandó al arquitecto Mansart a hacer los planos y construir el palacio. Dios no entró en nada de eso.

– Versalles es hijo de los hombres, es cierto, pero los hombres son hijos de Dios, luego, Versalles es un nieto de Dios, como dice Dante Alighieri. Todo lo que existe, directa o indirectamente, fue hecho por Dios. Por lo tanto, admire ese palacio porque es un medio de llegar hasta el Creador. Pues para amar a Dios que no vemos, es necesario amar las criaturas terrenas que vemos. Versalles es una criatura de Dios; amémosla para así amar enteramente a Dios. ¿No le parece bonito?

– Sí, y justamente por eso lo odio, porque detesto todo cuanto es noble, distinguido, y que eleva el espíritu.

Aquí estarían delineadas dos visiones opuestas de la vida: una es la de los hijos de la luz, de Nuestra Señora, Ella misma de una perfección, belleza y santidad mayores que todo cuanto podamos imaginar. La otra es la de los hijos de las tinieblas.

Santa Bernardita tenía una educación muy primitiva…

En el siglo XIX, en la gruta de Massabielle, en la pequeña ciudad de Lourdes, Nuestra Señora se apareció a una campesina llamada Bernardita Soubirous, hija de un matrimonio extremamente pobre. Era gente del pueblo, recta, de muy buenas costumbres, aunque de una educación bastante primitiva, pues eran trabajadores manuales de la tierra y no tenían contacto con nada superior, nada más elevado.

Un día en el cual estaba cerca de esa gruta, Bernardita escuchó una voz y, mirando en su interior, vio a una Señora de una belleza admirable. Era María Santísima en persona, que comenzó a dirigirle la palabra. La joven campesina, con toda simplicidad, comenzó a hablar con Nuestra Señora, manteniendo las manos puestas en actitud de quien reza.

La Santísima Virgen le dio una serie de explicaciones, y después acabó recomendándole que arañase la tierra ahí donde ella estaba, pues comenzaría a aparecer agua. El agua se haría más abundante, y de una simple veta, pasaría a ser una corriente de agua fuerte, grande; usando esa agua muchas personas se curarían y ese se convertiría en un lugar donde Nuestra Señora sería muy glorificada.

Bernardita comenzó inmediatamente a arañar el piso, que era de tierra común. Y, para asombro suyo, ella vio que de repente comenzó a manar agua, apareció un arroyo y se formó la tal corriente de agua.

Hubo varias visiones, y Santa Bernardita, en su ingenuidad, le contaba al pueblo. Así, cada vez que estaba marcada una aparición de Nuestra Señora, un número creciente de personas iba a presenciar el hecho.

La Santísima Virgen sólo aparecía a Santa Bernardita, quien hablaba de tal manera que se percibía que estaba viendo a alguien, aunque los circunstantes no oyesen las respuestas de María Santísima.

…pero se ennoblecía cuando conversaba con Nuestra Señora

En cierta ocasión leí esta bonita declaración de un padre que presenció las apariciones: él, que había frecuentado ambientes de la alta sociedad, que había tratado con gente de mucha categoría y había visto, por lo tanto, señoras con mucha distinción, declaraba que nunca había notado una sonrisa tan bondadosa, una actitud tan fina, tan distinguida y amable en un rostro femenino, como en Santa Bernardita cuando conversaba con la Santísima Virgen. Por lo tanto, según él, no había una marquesa o una duquesa francesa que se comparase con la elevación de Santa Bernardita que, en esos momentos, se ennoblecía enteramente y quedaba con una distinción extraordinaria. Terminada la conversación, ella volvía inmediatamente a presentar la fisionomía tosca de una simple campesina.

Ese pormenor de las apariciones de Lourdes muestra muy buen cuánto Dios ama todo aquello que es distinguido y noble, que se parece con su Santísima Madre, la más perfecta de las criaturas.

Hay una canción en la cual Nuestra Señora es invocada como summi Regis palatium – palacio donde habita el sumo Rey. Ella es comparada a un palacio porque el Verbo de Dios, al encarnarse, habitó dentro de Ella. Durante todo el tiempo en que el Cuerpo sagrado de Nuestro Señor estuvo siendo engendrado y desarrollado por la Santísima Virgen, hasta el momento del nacimiento, Ella fue el palacio de Cristo en la Tierra, más excelente y magnífico que todos los palacios reales y que todo cuanto se pueda imaginar, porque fue hecho para abrigar a Aquel que es el propio Dios hecho Hombre.

Explosión de odio contra todo cuanto es grandioso, noble, legítimo y bueno

Dicho lo anterior, se comprende que si de esas dos mentalidades opuestas arriba descritas – una favorable y otra contraria a la existencia de palacios – se constituyesen dos grupos de hombres, ellos entrarían en lucha uno contra el otro, porque uno amaría y otro odiaría todo cuanto es verdadero, bueno y bello. Tendríamos una lucha tremenda parecida a la batalla entre San Miguel Arcángel y los ángeles buenos, por un lado, y los demonios capitaneados por Lucifer, por otro lado.

Al rebelarse contra Dios, Lucifer, hasta entonces el ángel que conducía la luz, se convirtió en tinieblas y en la más hedionda de las criaturas, pues odió a Aquel que es la Verdad, el Bien y la Belleza.

Estas consideraciones resumen el sentido de la Revolución Francesa. Todos los elementos de verdad, bondad y belleza existentes en la Tierra antes de esa Revolución fueron construidos y organizados por personas dotadas de un espíritu vuelto hacia Dios, que eran según el Creador y amaban lo verdadero, el bien y lo bello.

En sentido opuesto, la Revolución Francesa fue la explosión de odio de aquellos que detestaban todo cuanto es grandioso, noble, legítimo y bueno, y querían establecer un mundo vulgar, desordenado, inmoral y sin fe.

Dicha Revolución fue una rebelión de los hombres que se dejaron dominar por el Infierno, para acabar todo cuanto era elevado, bello y bueno en la Tierra.

Por esa razón, como no querían que hubiese reyes, reinas, nobles, palacios, grandeza ni belleza, destruyeron los jardines, quebraron o robaron los objetos del palacio, dañaron los lustres, despedazaron los espejos. Aprisionaron a la familia real, culminando, después de meses de tormento y de abominación, en la condena a muerte del Rey Luis XVI, de la Reina María Antonieta y de una hermana del Rey, Madame Elizabeth, dando inicio al período histórico llamado del Terror, en el cual bastaba que alguien fuese noble para ser condenado a muerte.

La más distinguida, elevada y sufridora de todas las damas del siglo XVIII

Para cerrar, cuento un hecho que ilustra muy bien el espíritu que animaba a la Revolución Francesa.

Muerto el Rey Luis XVI, la Reina quedó viuda. Llegó el día en que debería ser presentada al tribunal para ser juzgada, y ella quería mucho salvar su propia vida para defender a sus hijos, aún niños, pues no quería que fuesen educados por los revolucionarios.

Entonces María Antonieta preparó un discurso en el cual ella misma realizaba su defensa, mientras los revolucionarios iban a presentar testigos que harían acusaciones falsas contra ella.

Cierta noche, los revolucionarios invadieron el recinto donde dormía su hijo. La madre, aunque era una dama frágil, luchó contra ellos físicamente para defender al niño, pero al final no pudo resistir, y los revolucionarios lo raptaron, habiendo él pasado meses sin ver a su madre.

Establecido el tribunal revolucionario, el niño entra como testigo para declarar contra su propia madre. Calzaba zuecos ordinarios muy grandes, dentro de los cuales pusieron paja para que no se le saliesen los pies; estaba borracho y al ver a su madre no tuvo el menor sentimiento de afecto, permaneciendo de pie, con una cara embrutecida.

El presidente del tribunal le dijo:

– Niño, cuenta aquí a todos los presentes los crímenes que tu madre cometió contigo.

Le habían enseñado a él, como a un autómata, la más infame de las cosas. El niño dijo que su madre lo había iniciado en la inmoralidad.

María Antonieta oyó aquello y, ante esa acusación torpe que todo el mundo veía que era una calumnia, notando que la galería estaba llena de mujeres del pueblo, dijo: “Yo apelo a todas las madres de Francia a que digan si creen en esa acusación.”

Las mujeres aplaudieron a la Reina a más no poder.

Sin embargo, era el período de la Revolución Francesa en el cual se decía que era la época de la libertad, pero en realidad imperaba la tiranía. El presidente del tribunal, que debería declarar inválido el testimonio de un niño borracho, sobre todo cuando dice algo que nadie podía creer y apenas probaba la infamia de los acusadores, no obstante, dio orden para que retirasen a todas las mujeres, a fin de evitar que aplaudiesen nuevamente a María Antonieta. Y, por fin, la condenó a muerte. Así murió la más distinguida, elevada y sufridora de todas las damas de ese siglo.

Podemos afirmar que el mal nunca tuvo, después de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, tanta desfachatez, tanta audacia para mostrarse, como en la Revolución Francesa. De manera que, en la lucha entre el bien y el mal, la verdad y el error, lo bello y lo feo, esa Revolución es un episodio central y una especie de punto culminante. No comprende los hechos que se dieron antes ni después, quien no analiza la Revolución Francesa así. Ella puede ser considerada, bajo ese punto de vista, como un libro grande y horrible en el cual, sin embargo, se aprenden verdades terribles y admirables.


(Revista Dr. Plinio, No. 239, febrero de 2018, pp. 22-26, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Título original del artículo: Punto culminante en la lucha entre el bien y el mal Extraído de una conferencia del 3.4.1993).

Last Updated on Wednesday, 21 November 2018 16:32