La vida de San Alejandro parece un cuento de hadas: andrajoso y ennegrecido por el oficio de carbonero, era, en verdad, un vaso de elección. Elevado a la dignidad episcopal, manifestó nobleza y fidelidad. He aquí a un santo símbolo de tantas otras almas dispersas por el mundo, que poseen una rara belleza. Nuestra Señora realiza a través de ellas los magníficos designios de la Divina Providencia para esta Tierra.
Plinio Corrêa de Oliveira
Los datos que voy a exponer a continuación fueron extraídos del libro Vidas de los santos, escrito por Rohrbacher1. Se trata de la elección de San Alejandro como Obispo de Comana.
Despreciable a los ojos de los hombres
A mediados del siglo tercero, los cristianos de Comana, en el Ponto, enviaron diputados a San Gregorio Taumaturgo, Obispo de Cesarea, pidiéndole un obispo. San Gregorio se dirigió a la ciudad procurando un pastor para la nueva diócesis. Los magistrados y principales del lugar procuraban al más noble, al más elocuente o al que más se distinguiese por sus brillantes cualidades. Le presentaron numerosos pretendientes. San Gregorio, que consideraba más la virtud, les dijo que no debían desdeñar ni siquiera a aquellos cuyo exterior pareciese despreciable. Uno de los que presidió la elección quiso ridiculizar las palabras del santo y dijo:
– Si no queréis lo que tenemos de mejor, es necesario ir a buscar un obispo entre los artesanos y la plebe. Os aconsejo a Alejandro, el carbonero. Todos nosotros consentiremos en la elección.
– ¿Y quién es ese Alejandro? – preguntó Gregorio.
Entonces se lo presentaron. Estaba semidesnudo, cubierto de andrajos sucios y rotos. Se veía claramente cuál era su profesión por la negrura de las manos y del rostro. Todo el mundo comenzó a reír, viendo esa figura en medio de la asamblea.
Un vaso de elección escondido por el demonio
Alejandro no estaba sorprendido, no miró a nadie y parecía estar satisfecho con su estado. De hecho, era un filósofo cristiano, un verdadero sabio. No había sido la necesidad la que lo había reducido a ese estado, sino el deseo de ocultarse para practicar la virtud. Él era joven y bello, no le faltarían ocasiones de tentación, y quería ser casto. El polvo del carbón que lo desfiguraba era como una máscara que le impedía ser reconocido. Su oficio le servía, además, para vivir inocentemente y practicar buenas obras. San Gregorio, descubriendo quién era, mandó que lo bañasen y vistiesen con sus propios trajes.
Así, llegó pareciendo otro hombre, atrayendo la atención de todas las miradas.
– No os sorprendáis – dijo San Gregorio – si os engañasteis, juzgando según los sentidos. El demonio quería volver inútil ese vaso de elección, escondiéndolo.
Consagrado solemnemente, al hacer su primer discurso, Alejandro asombró a los presentes.
San Alejandro, célebre por su predicación, gobernó dignamente la Iglesia de Comana hasta la persecución de Decio, cuando entonces sufrió el martirio por la fe.
Parece un cuento de hadas. En este episodio no hay nada que no sea admirable. ¿Qué comentarios hacer con respecto a un hecho como ese?
Noten que lo maravilloso se suma a lo maravilloso. Un joven bello, gran filósofo, sagacísimo, un verdadero sabio que resuelve huir del mundo, se va a un pueblo como Comana y se hace carbonero, profesión modesta, humilde, escogida por él para desaparecer a los ojos del mundo.
Humilde, casto y sin pretensión, lleno de sabiduría
Decide presentarse ennegrecido por el carbón, para que su hermosura no atrajese manifestaciones de admiración. De esa forma, vive inocentemente en una profesión ardua, que le da pobreza y en la cual no tiene ocasiones de pecado, robo y otras cosas parecidas, pero vive entre los carbones y su filosofía.
¿Qué sería un crepúsculo asistido por San Alejandro, siendo aún carbonero?
Imaginémoslo sentado en una casucha cualquiera de Comana, próxima a una floresta, que tal vez fuese una tierra abandonada de donde él retiraba la leña para reducirla a carbón.
Allí, en el silencio de una tarde pesada y calurosa, él permanece sentado del lado de afuera de la casa con las manos y el rostro sucios por el carbón, esperando que acabase de cocer una comidita preparada en la cocina, meditando y haciendo filosofía con aquello, pensando, distinguiendo, elaborando una arquitectura de espíritu, elevándose hasta la teología, rezando a Nuestra Señora, teniendo eventualmente una visión; después, entra en la casa para ir a comer los calabacines que había preparado, y enseguida vuelve a la meditación. En determinado momento, va a la iglesia a rezar, a visitar el Santísimo Sacramento y la imagen de Nuestra Señora y, por fin, comienza la noche casta, piadosa y tranquila de su Comana.
¿Se puede imaginar algo mejor que eso? Da ganas de dejar todo e ir corriendo hacia dentro de la carbonería de San Alejandro, con la condición de no oír hablar del mundo moderno, y llevar una vida tranquila, casta y despreocupada. ¡Qué cosa maravillosa!
Encanto recíproco que destrona a los orgullosos
Pues bien, ese hombre es llamado, de repente, a una asamblea y ahí llega el toque de lo extraordinario en su vida. Comienzan a reírse de él: “¡Ahí está! ¡Escoja a ese carbonero!” Él, que interiormente podría estar riéndose de todos por ser mucho más inteligente y culto que ellos, está, no obstante, satisfecho, sintiéndose bien por ser objeto de burla, pues ama la humildad.
Imaginen, en aquella asamblea, a los notables decadentes de la aldea, queriendo a un obispo que los adornase con consideraciones humanas; y allí, la figura probablemente majestuosa, venerable, sabia, calma, llena de interioridades y de misterios, de San Gregorio Taumaturgo, célebre por realizar una cantidad enorme de milagros, que está presidiendo la reunión. Están presentes dos santos, uno frente a otro, en torno a la pequeña autoridad degradada de Comana.
Se percibe, en el fondo, aquello que la narración no dice: con certeza, San Alejandro contemplaba embebido a San Gregorio Taumaturgo que, a su vez, miraba encantado al humilde carbonero, pues percibió en él a una persona de alto valor. Entonces, se interesó por él, mandó a ver quién era y, al fin de cuentas, sacó el brillante de dentro de la ganga.
Ahora bien, imaginen las pequeñas notabilidades aplastadas, el mundanismo masacrado, cuando entra en la misma asamblea San Alejandro, esbelto, fino, limpio, vestido con los propios ornamentos episcopales de San Gregorio. He ahí la derrota completa. Quien había sido aplastado, ahora es levantado, y aquellos que se reían se quedan quietos. Se verifica la frase del Magnificat: “deposuit potentes de sede et exaltavit humiles” – quitó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes (Lc 1, 46). San Alejandro es consagrado obispo y hace un sermón que deja a todo el mundo pasmado. Aquellas “grandezas” locales, suburbanas, campesinas, estaban todas achatadas por la figura superior del nuevo prelado.
El lirio nacido del lodo, en la noche y bajo la tempestad
¿Cómo termina la vida de San Alejandro? Estalla una persecución. Un bello día, lo prenden, él derrama su noble sangre en holocausto por Nuestro Señor Jesucristo y para dar testimonio de su adhesión a la fe católica. Es un mártir a más que, después de haber estado todo pintado de negro, acabó teñido del rojo de su propia sangre. Con certeza su cuerpo fue llevado a las catacumbas y allí conservado por la piedad de los fieles.
¿Es posible desear una maravilla más grande? Infelizmente, solo podemos lamentar que nuestra época, tan adversa a lo maravilloso, no tenga tales bellezas; pero es justamente de esa forma que Dios castigó estos tiempos, disponiendo las cosas de tal manera que lo maravilloso ya no aparece. Todo es banal, raso e insípido, cuando no es hediondo y pecaminoso.
Con todo, existen almas dispersas por el mundo que poseen una rara belleza y, por lo tanto, escapan a esa hediondez, por medio de las cuales Nuestra Señora hace la maravilla de la humildad completa, de la sumisión y de la fidelidad perfecta a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en sus peores días, precisamente en los momentos en que esa fidelidad sería más difícil de esperarse.
María Santísima imprime en esas almas elegidas el maravilloso perfume de una devoción mariana llevada hasta los extremos límites deseados por San Luis María Grignion de Montfort, y son las únicas capaces de esparcir ese aroma en medio de la pestilencia y de emitir luz entre las tinieblas, porque son luminosas, nobles y poseen una maravilla propia.
Es como un lirio que florece en el pantano, en la noche y bajo la tempestad, para indicar que la Providencia Divina y Nuestra Señora tienen magníficos designios para esta Tierra. Lo maravilloso está prácticamente reducido a nada, pero tendrá una verdadera expansión en el Reino de María que, si Dios quiere, no tarda.
1) Cf. ROHRBACHER, René François, Vidas de Santos. Vol. XIV. São Paulo, Editora das Américas, 1959, pp. 331-333.
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(Revista Dr. Plinio, No. 281, agosto de 2021, pp. 27-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 10/8/1967 – Título del artículo en la Revista: Un lirio florecido en el lodo).
Last Updated on Thursday, 12 August 2021 17:44