Manifestaciones de castigos de Dios

Consumado por los hijos de Satanás, el pecado de Revolución excede en gravedad y amplitud a los cometidos en la Torre de Babel, y en Sodoma y Gomorra, que merecieron el terrible castigo divino. En nuestros días, el mal circunscribió y dominó todo, volviendo la situación cada vez más insoportable para los buenos.

  

 

Plinio Corrêa de Oliveira

 

En el lenguaje empleado hasta hace poco tiempo, cuando se quería decir que un lugar era de desorden, de caos, se afirmaba que era una verdadera Babel. No sé si la expresión se conserva aún hoy, en que tantas cosas han caído, pero es muy razonable e indica cómo quedó en la memoria de los hombres y permanecerá hasta el fin del mundo, el recuerdo del castigo de la Torre de Babel. 

¡Con qué palabras precisas la Sagrada Escritura nos relata ese castigo! La narración es al mismo tiempo majestuosa, simple, corta y suculenta, reuniendo perfecciones, en la apariencia opuestas, que la palabra de Dios fácilmente – porque para Él todas las maravillas son fáciles – pone al alcance del hombre. 

Un mandato de Dios 

El hecho histórico narrado es el siguiente: los pueblos tenían el mandato, concedido por el Creador, de ocupar la Tierra entera. Ellos vinieron caminando de Oriente hacia Occidente y, en determinado momento, entendieron que necesitaban dispersarse. Eran tan numerosos, que naturalmente se dividirían en varios pueblos, deberían ocupar la Tierra y hacer la conquista de riquezas y espacios nuevos. La población era, por cierto, demasiado grande para la tierra efectivamente poseída hasta entonces. En vez de hacer una reforma agraria, ellos resolvieron dispersarse, y a nadie le pareció eso una tiranía ni una tragedia, era la saludable y gloriosa expansión de los pueblos por la Tierra. 

Efecto psicológico causado por una invención 

A este hecho – que estaba en los designios de la Providencia, era una orden de Dios – se asoció un estado de espíritu malo, y de ahí salió el resto. 

Ellos hicieron una invención que puede haberles causado en su espíritu un efecto psicológico parecido al de todas las invenciones posteriores del hombre. Cuando él inventa algo – en el orden de la naturaleza, de las cosas materiales –, hace una aplicación de la inteligencia que el Creador le dio a la Creación hecha por Dios, y descubre algo más que no estaba al acceso del intelecto de sus antepasados, permitiéndole un modo de vivir mejor. 

La invención promueve el hombre delante de sus mismos ojos, porque él se torna más señor de la tierra, más eminente, más rey. Y naturalmente esto le da cierta ebriedad, en razón de la cual puede tomar tal encanto por la vida, que se olvide de Dios con facilidad, e incluso puede pasar por su mente el desafiar al Creador. Este es el fenómeno que se da con el progreso moderno, el hombre de hoy y Dios. 

El hombre actual hace con frecuencia nuevas invenciones, por las cuales se juzga llevado al auge y se siente dignificado, pero al mismo tiempo tiene la tendencia a olvidar y desafiar al Creador. Él es quien descubrió, hizo, arregló… Dios no entró en nada. 

Procedimiento moral de los hombres delante de las invenciones 

A juzgar por el texto bíblico, esto se dio con una invención bastante modesta, tan simple para nosotros que somos propensos a sonreír, pero muy importante para ellos: el ladrillo. 

Se puede imaginar, en el tiempo en que las casas eran hechas de piedra, el trabajo que daba construirlas. Ellos no tenían dinamita para disgregar las rocas. Las piedras eran quebradas con trabajo, transportadas con esfuerzo, dejando naturalmente grietas si no consiguiesen tallarlas exactamente. Usaban bloques colosales, probablemente para evitar muchos transportes. 

De repente, ellos descubren una piedra blanda, el ladrillo, que hacen del tamaño que quieren, la producen cerca al local donde va a ser hecha la construcción, que levantan fácilmente y con rapidez. El arte nació. 

Como sucede tantas veces, cuando el hombre inventa un proceso nuevo, este es práctico, pero más ordinario. Y la invención de lo más reciente importa en un descenso de nivel. 

Hay palacios magníficos construidos de ladrillo. Basta pensar en Versalles. Se podría mencionar otras centenas o millares. Pero, sin duda alguna, aquello que es edificado con piedra tiene otra grandeza. 

Se inventa una cosa más fácil, más rápida, más barata, más ordinaria, y los hombres se alegran. A partir de ese momento entra el pecado, el castigo. Es el gráfico del procedimiento moral de los hombres delante de tantas ocasiones en que encuentran el progreso. 

Seríamos casi tentados de decir que todo el progreso material es una tentación. Y sería mejor que no existiese progreso material para no haber tentación. Raciocinio simplón… En la Edad Media, los progresos materiales fueron sin cuenta. Hace algunos años leí una lista que la historiadora – muy buena – Elaine Sanceau1, presenta de los progresos materiales habidos en esa época. Sin embargo, los hombres no se ensoberbecían, tenían espíritu de fe y eran buenos católicos. 

Les faltó ese fervor a los hombres en el momento de su dispersión en la Torre de Babel. Y el castigo llegó. Veremos ahora cómo se dio eso. 

De una conmemoración grandiosa… 

Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: “Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.” Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. (Gn 11, 1-3). 

No tuve tiempo de ver los exégetas, pero me parece que ellos inventaron el ladrillo en ese momento. 

Después dijeron: “Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra.” (Gn 11, 4). 

Ellos tenían, por lo tanto, el propósito de hacer una ciudad magnífica para los que permaneciesen allá. Estos tendrían dos ventajas: no necesitarían realizar un viaje y se quedarían viviendo en una ciudad con una gran torre conmemorativa. 

Es una bonita idea, antes de dispersarse, que la humanidad hiciese una torre enorme, mucho mejor que esas placas conmemorativas que se pegan en cualquier lugar. Una torre de conmemoración es una cosa magnífica. ¡Qué grandeza, qué discernimiento tiene eso! 

Sería un monumento venerado en la tierra entera. ¡Quién sabe si posteriormente se encontraría allí un ladrillo que contuviese la narración – escrita o por lo menos dibujada – de la dispersión, con marcas características de los jefes de los principales pueblos! Haría parte de la Historia Sagrada y se convertiría en un lugar de peregrinación. La Iglesia, que ama todo el pasado, habría construido capillas magníficas de esa torre. 

…a un desafío insolente contra Dios 

Pero ellos hablan de dar a la torre el significado de un monumento agradeciendo a Dios, por haber desarrollado el género humano hasta que llegase la hora de dispersarse y conquistar la Tierra. Dicen simplemente que pretendían engrandecerse a sí mismos. ¿Cómo? Llegando hasta el cielo… 

Es algo completamente ridículo, porque sabemos que el cielo es inalcanzable. Es una idea orgullosa, el gráfico del progreso. 

Entonces, Dios dice lo siguiente: 

Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos. (Gn 11, 5). 

El modo de expresar es muy interesante, para dar a entender que el Creador tenía la atención puesta sobre la conducta de los hombres. 

Y dijo Yahveh: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. (Gn 11, 6). 

Es decir, ellos eran pertinaces en aquello. Dios vio que irían a hacer por lo menos una torre altísima y un desafío insolente a Él. Las gracias no los disuadirían, ellos permanecerían resueltos. 

Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo. Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. (Gn 11, 7-8). 

O sea, embriaguez de progreso, ateísmo. Resultado: confusión, dispersión. 

Yo me pregunto: ¿Es diferente lo que se da en el mundo de hoy? Es exactamente eso: confusión general en todo y dispersión. Los hombres, pensando que la Tierra es insuficiente para vivir en ella, intentan incluso pasar a otros planetas: conquistar, saber cómo es, pero en el mundo reina el caos, la dispersión, la confusión. Más aún: en la Iglesia Católica reina la más terrible confusión. Las “lenguas” se volvieron diferentes. 

Esa despedida podría haber sido en orden, fraterna: todos estarían cansados por haber inmolado a Dios incontables víctimas. Entonces, una luz del cielo bajaría sobre esas víctimas, iluminando todo el campo e indicando el camino de los diferentes pueblos. Ellos, no obstante, seguramente partieron guerreados unos con otros y en un frenesí de malestar, de conquista, de dominación que marcó con una nota de agitación e inquietud toda la Historia Universal. 

Es inútil hacer una ONU para arreglar esto. Porque solo se arregla con penitencia, una verdadera enmienda de corazón a Dios Nuestro Señor. 

Tenemos, así, una narración ilustrativa de cómo son las vías del Creador cuando Él pune. 

Dignidad patriarcal que tiene perfume de incienso 

Podemos pasar a otra narración bíblica. 

Apareciósele Yahveh [a Abraham] en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados delante de él. 

Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: “Señor mío, si te he caído en gracia, ea, no pases de largo cerca de tu servidor. Ea, que traigan un poco de agua y lavaos los pies y recostaos bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas. Luego pasaréis adelante, que para eso habéis acertado a pasar a la vera de este servidor vuestro.” Dijeron ellos: “Hazlo como has dicho.” (Gn 18, 1-5). 

Todo es interesante en esa escena y reconstruye las costumbres antiguas. Tan simple, pero con una nota de dignidad patriarcal que tiene un perfume penetrante de incienso, que no sé cómo calificar. 

En aquel tiempo, las carreteras eran muy inseguras. No había propiamente carreteras, nada que pudiese recordar ni de lejos una autopista, eran atajos, veredas medio hechas por animales, y otros hombres que las habían recorrido, sin ningún hotel. La persona, por lo tanto, se hospedaba en las casas por donde pasaba. Y el viajero era considerado, en cuanto tal, un carente, para usar el lenguaje de hoy, un necesitado. Porque no podía viajar llevando las maletas cómodas, una que otra vez elegantes, que se usan hoy, con todos los recursos con que se consigue transportar con los medios de locomoción modernos. Una persona, a veces necesitaba andar dos, tres días, comiendo, bebiendo mal, durmiendo a la intemperie con peligro de caer una tempestad. Resultado: cuando llegaba a algún local estaba exhausta, casi en una condición de mendigo. Entonces cualquier dueño de casa tomaba como punto de honra tratar muy bien a los que pasaban. 

Pero, como Dios quería que se tratase a los pasantes como si fuesen Él mismo, los viajeros eran considerados emisarios del Creador, mandados por Dios. Por lo tanto, era necesario recibirlos como un regalo del Omnipotente. 

La escena es pintoresca: Abraham, en el calor del día, sentado junto a su tienda. Pasan tres hombres, gran novedad en el silencio y en la soledad de la vida de aquel tiempo. Abraham corre en dirección a ellos y no dice lo siguiente: “Si quieren entrar un poco, estén a gusto”; él, por el contrario, afirma: “Por favor, entren. Vos sois emisarios de Dios, no paséis por la casa de vuestro siervo sin deteneros.” O sea: “Yo soy siervo de los que pasan por aquí, según los designios de la Providencia. Descansad, reponeos, os quiero ayudar.” 

Las formas francesas de pulidez todavía no estaban en uso, la doucer de vivre2 no había florecido como en los siglos XVI, XVII, XVIII. La respuesta es muy simple: “Haz como dijiste.” 

Dios expone a Abraham las razones de la destrucción y el Patriarca intercede por los justos 

Levantáronse de allí aquellos hombres y tomaron hacia Sodoma, y Abraham les acompañaba de despedida. Dijo entonces Yahveh: “¿Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago, siendo así que Abraham ha de ser un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra? (Gn 18, 16-18). 

Para hacer la voluntad de Dios, Abraham caminaba con esos hombres rumbo a Sodoma, porque le dijeron que irían para allá. Y el Creador, teniendo un designio con relación a esa ciudad, juzgó que era cordial contárselo a Abraham, su tan dilecto, padre de un pueblo que se tornaría numerosísimo y poderosísimo, pero sobre todo antepasado del Mesías. Está dicho en el texto: “Padre de aquel en el cual serán bendecidas todas las naciones”, o sea, Nuestro Señor Jesucristo. 

Y hablando consigo mismo, Dios añadió: 

Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahveh, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahveh a Abraham lo que le tiene apalabrado.” (Gn 18, 19). 

Es un modo de decir que Dios conversa así consigo mismo, para exponer los designios de su Sabiduría, las razones por las cuales Él actuó. Y son expuestas de un modo muy bonito y noble de esta manera: 

Dijo, pues, Yahveh: “El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo.” (Gn 18, 20-21). 

Ese lenguaje imita el del hombre. Es como un Rey que vive en lo alto de un monte, abajo hay una aldea y le cuentan que en ella se hacen orgías de toda clase. Un bello día, él dice: “Voy a la aldea para saber. Si es algo malo, lo castigo; si no es, habré tomado conocimiento.” 

En un lenguaje análogo, es descrito entonces que Dios baja hasta Sodoma y Gomorra, y comenta eso con Abraham. 

Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh. Abordóle Abraham y dijo: “¿Así que vas a borrar al justo con el malvado?” (Gn 18, 22-23). 

Abraham percibió que Sodoma iba a ser destruida. Levantó una oración en favor de quien prestase allí y dijo: “Pero en la ciudad debe haber gente buena… ¿Tú perderás al justo con el impío?” Como quien afirma: “¡Tenga pena del justo!” 

Y continuó: 

Insistió: “Vaya, no se enfade mi Señor, que ya solo hablaré esta vez: ‘¿Y si se encuentran allí diez?’. (Gn 18, 32a). 

Él está abogando: Si hay por lo menos diez, ¿no se salvará la ciudad? 

[Y el Señor] Dijo: “Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez. Partió Yahveh así que hubo acabado de conversar con Abraham, y este se volvió a su lugar. (Gn 18, 32b-33). 

Hospitalidad de Lot 

Los dos ángeles llegaron a Sodoma… 

Aquellos hombres eran ángeles. Habían hecho muñecos, probablemente, para dar la idea de que eran hombres. Ellos bajaron y llegaron a Sodoma. 

Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. 

Las ciudades eran muy estrechas porque dentro de ellas era necesario que cupiese la mayor población posible, para resistir en caso de un cerco. Calles estrechas, casi no había jardines, sino claustros internos en las casas, de manera que era un tanto sofocante vivir en la ciudad. En época de paz, sus puertas quedaban abiertas, y entonces las personas que querían tomar un poco de frescor en la tarde, se sentaban del lado de afuera de la ciudad viendo el campo; era un modo de respirar. Y Lot estaba sentado del lado de afuera de la ciudad, cuando llegaron los ángeles. 

Al verlos, Lot se levantó a su encuentro y postrándose rostro en tierra, dijo: “Ea, señores, por favor, desviaos hacia la casa de este servidor vuestro. Hacéis noche, os laváis los pies, y de madrugada seguiréis vuestro camino.” Ellos dijeron: “No, haremos noche en la plaza.” Pero tanto porfió con ellos, que al fin se hospedaron en su casa. Él les preparó una comida cociendo unos panes cenceños y comieron. (Gn 19, 1-3). 

La misma hospitalidad que había tenido Abraham, tiene Lot para con los extranjeros que llegan. Él no sabía que eran ángeles. 

Obstinación de los malditos que deliraban por el pecado 

No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción. Llamaron a voces a Lot y le dijeron: “¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.” Lot salió donde ellos a la entrada, cerró las puertas detrás de sí, y dijo: “Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad.” (Gn 19, 4-7).

¡Vean bien el tamaño del pecado! Cuesta creer, pero esta es la narración. Siendo la ciudad pequeña, se supo que habían llegado extranjeros, porque eso se convertía en un acontecimiento. Entonces fueron a la casa de Lot a verlos. Naturalmente, el aspecto material que habían tomado esos ángeles era hermoso, lo cual hizo que el pueblo delirase de sensualidad. 

Debilidad de Lot frente al castigo 

Los dos ángeles dijeron a Lot: 

Los hombres dijeron a Lot: “¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tus hijos e hijas y a quienquiera que tengas en la ciudad, porque vamos a destruir este lugar, que es grande el clamor de ellos en la presencia de Yahveh, y Yahveh nos a enviado a destruirlos.” 

Salió Lot y habló con sus yernos, los prometidos de sus hijas: “Levantaos, dijo, salid de este lugar, porque Yahveh va a destruir la ciudad.” Pero sus yernos le tomaron a broma. (Gn 19, 12-14). 

Es decir, a pesar de todo, los propios yernos de Lot, viendo la ciudad ciega, no atinaban con la gravedad de la situación. 

Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot diciendo: “Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se encuentran aquí, no vayas a ser barrido por la culpa de la ciudad.” (Gn 19, 15). 

Parece que el buen Lot estaba medio flojo. Y a pesar de que él era un buen hombre, Dios lo amenazó de muerte porque no quería romper con la ciudad pervertida. ¡Ay de los que no quieren romper con las ciudades pervertidas! 

A veces le decimos eso a la gracia: “Yo quiero romper, pero no tanto. Voy a vivir lejos de la Revolución, pero medio cerca, para dar unos vistazos a fin de saciar un poco las saudades; quiero tener algo en común con la Revolución.” 

Las malas saudades llevan a la falta de integridad de alma 

Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahveh. Y arrasó aquellas ciudades, y toda la redonda con todos los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo. Su mujer miró hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal. (Gn 19, 24-26). 

Mirar hacia atrás significa evidentemente que ella tuvo saudades, apego, quiso detenerse un poco y quedó, naturalmente, transformada en una estatua de sal. ¡Ay de aquellos entre nosotros que, durante los castigos, tengan saudades de esta época! 

Así, comprendemos lo que esas malas saudades pueden traer y qué integridad de alma se debe tener, para no querer de ningún modo tener nada en común con el mundo. No ser de aquellos que, como los judíos que huyeron de Egipto, cuando llegaron al desierto, tuvieron saudades de las cebollas. 

¿Nuestra alma en la vida cotidiana está tan exenta de cualquier admiración por las cosas del mundo contemporáneo, que ella realmente se alegrará con saudades cuando entre en el Reino de María? Es un examen de consciencia que debemos hacer. 

El pecado de Revolución es de todo el género humano 

En el pecado de Adán hay un aspecto que nos ilustra a ese respecto. Adán era el único hombre – él y Eva el único matrimonio –, pero en él estaba contenido todo el género humano, de manera que su pecado fue, bajo cierto punto de vista, un pecado del género humano tomado como un todo. Y de ahí el castigo para todo el género humano. 

El pecado de Sodoma y Gomorra fue gravísimo, llegando hasta el delirio, pero de dos ciudades y no del género humano entero, no teniendo, por lo tanto, la gravedad delante de Dios de ser un pecado de todo el género humano. 

Sin embargo, en nuestros días el pecado de Revolución es de todo el género humano. 

Hasta el fin del siglo XIX más o menos, dando una fecha un poco arbitraria, muy imprecisa, todavía había muchos pueblos que no estaban enteramente en el pecado de Revolución. El pueblo japonés sería uno de esos; había pecado de otra manera, a otro título, pero no había cometido el pecado específico de haber abandonado la Religión Católica y asumido la posición gnóstica e igualitaria opuesta a ella. 

El pecado de Revolución todavía no se había vuelto, por lo menos en cierto sentido, enteramente universal. Todo el mundo era pecador, pero no del pecado de Revolución. 

Con la expansión de las dos superpotencias después de la II Guerra Mundial, pero sobre todo de la URSS, los lugares más distantes se impregnaron de la influencia de ellas hasta el último punto. El Japón con la americanización prodigiosa; otros lugares de Oriente Próximo, Medio y Lejano, por la comunistización. 

 Pero el pecado de Revolución hoy es geográficamente mundial, y a ese pecado se va adhiriendo el mundo entero. Pecado mucho mayor como gravedad y literalmente universal. Y la obra que los misioneros católicos no pudieron conseguir lleva a cabo, porque la crisis interna de la Iglesia determinó un retraimiento de las misiones por toda parte, la Revolución la realizó. Entonces ese pecado fue consumado por los hijos de Satanás, y en la Tierra el mal rodeó todo, circunscribió todo y dominó todo. 

En aquel tiempo, a pesar del pecado, Abraham vivía tranquilo. Él observaba aquel pecado, pero estaba al margen de eso. Lot vivía allí, pero si no fuese aquel incidente, parece que no se desviaban sus hijas ni sus yernos. 

Hoy no, los últimos que son fieles, o se unen para formar un mundito dentro del mundo, conviviendo noche y día juntos, o prevarican. 

Así se comprende que esto va volviendo la situación cada vez más insoportable para los buenos. Y lo que se configura no es más una semejanza con las condiciones iniciales de la Historia humana, sino finales, en que los últimos días serán abreviados porque sino hasta los justos se perderán.

1) Escritora e historiadora inglesa (*1896 - †1978).

 2) Del francés: dulzura de vivir. 


(Revista Dr. Plinio, No. 282, septiembre de 2021, pp. 8-16, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 12/11/1981  Título del artículo en la Revista: Manifestaciones del castigo de Dios).

Last Updated on Thursday, 30 September 2021 20:02