San Simón y San Judas Tadeo

Considerando el respeto con el cual la Iglesia cerca la memoria de estos Apóstoles, la gratitud con la cual los trata y la afirmación de la santidad personal que alcanzaron, comprendemos que ellos correspondieron de modo pleno a los designios de la Providencia Divina. Sus misiones se realizaron enteramente y murieron en paz dentro del aparente fracaso de su apostolado.

  

 

Plinio Corrêa de Oliveira

El 28 de octubre, la Iglesia conmemora la fiesta de San Simón y San Judas, Apóstoles. Con respecto a ellos, tenemos los siguientes datos extraídos de una obra de Dom Guéranger1, entre otros.

En las Sagradas Escrituras hay mil refutaciones al igualitarismo

Una antigua tradición refiere que San Judas Tadeo predicó el Evangelio en Mesopotamia, y San Simón en Egipto. Después se reunieron en Persia, donde sufrieron el martirio en el año 47.

Simón era llamado el Zelota, tal vez por haber pertenecido antiguamente al partido nacionalista de los zelotas, que no querían admitir el yugo extranjero sobre Palestina.

Judas era sobrino de San José por Cleofás o Alfeo, su padre, por lo tanto legalmente primo del Hombre Dios. Era de aquellos que sus compatriotas llamaban de hermanos del Hijo del carpintero. Él escribió una corta epístola para combatir la herejía gnóstica, entonces en sus comienzos.

Las reliquias de los dos Apóstoles fueron transportadas, en 1605, a la Basílica del Vaticano y colocadas en el altar que la tradición dice estar situado más o menos en el lugar donde habría sido implantada la cruz de San Pedro.

Los zelotas eran aquellos que tenían celo por la independencia de Palestina, para que no cayese bajo el yugo gentil. Y si entre los zelotas habían elementos malos, existían también elementos buenos, porque la causa zelota tenía algunos aspectos simpáticos, dignos de aprecio. Se comprende, por lo tanto, por qué en ese medio Nuestro Señor reclutó a uno de sus Apóstoles, Simón.

San Judas era primo de Jesús. A propósito, no era el único pariente entre los Apóstoles. Eso muestra muy bien la extraordinaria predestinación de la Casa de David. Sería una honra para inmortalizar una estirpe, el hecho de tener entre sí a un Apóstol, y la de David poseyó más de uno. Y no solo eso, hay un hecho que eclipsa este parentesco de todos los modos posibles: de ella nació también el Hombre Dios.

Para dejar bien marcado el amor a esa estirpe, lo que a su vez nos indica cuánto Dios toma en consideración la hereditariedad, y cómo andan desatinadamente los igualitarios que reputan que el principio de hereditariedad no tiene ningún valor. Esta es una de las cosas del igualitarismo que encuentran mil refutaciones en el contenido de las Escrituras.

La celebridad consiste en ser conocido por los ignorantes

Ante la escasez de informaciones con respecto a esos dos Apóstoles, podríamos preguntarnos si conviene comentarlos en nuestra reunión. Respondo que sí, porque todos los Apóstoles, por su unión con los orígenes de la Iglesia, deben ser objeto de nuestra especial devoción. La fiesta de un Apóstol no puede ser indiferente al buen católico.

Pero cuando veo nombres de Apóstoles que dejaron datos bastante pequeños en la historia escrita, haciendo con que una persona no muy instruida en esa materia no sepa casi nada respecto a ellos – porque la celebridad no consiste en ser conocido por los cultos, sino por los ignorantes –, me acuerdo mucho de la disparidad de fecundidad de la evangelización de los Apóstoles que actuaron en la cuenca del Mediterráneo y la de los que actuaron en otros lugares.

Y pienso con respecto a la resignación que estos deben haber tenido, muchos de ellos muriendo en paz, viendo que su apostolado no había producido ningún fruto, pero sabiendo que todas las acciones hechas de acuerdo con la vocación de cada uno, realizadas con integridad de espíritu y rectitud de intención, obedeciendo a la moción de la Providencia, serán premiadas en el Cielo y contribuyen para la gloria de Dios, aunque los hombres en la Tierra hayan dado un aplauso pequeño o un consentimiento insignificante a esas acciones.

Punto de partida para la fecundidad del apostolado

Es interesante notar que un buen número de Apóstoles, en la apariencia, ejerció un apostolado ineficiente y fracasado. Se diría hoy que los Apóstoles de la cuenca del Mediterráneo se realizaron y los otros murieron sin realizarse, conforme a esa manía de la “realización” y ese horror al fracaso que existe actualmente.

Es indispensable que comprendamos que eso contiene una lección para nosotros, considerando el respeto con el cual la Iglesia cerca la memoria de esos Apóstoles, la gratitud con la cual ella los trata, la afirmación de la santidad personal que alcanzaron, es decir, ellos correspondieron entera y plenamente a los designios de la Providencia Divina. Por lo tanto, Dios estaba contento con ellos, sus vidas se realizaron en la plenitud y murieron en paz, dentro del aparente fracaso de su apostolado. Más aún, sabiendo que otros estaban teniendo un apostolado muy fructífero.

Los Apóstoles sufrieron el martirio, comprendiendo que algún día su sangre sería de utilidad para aquellos pueblos. Aunque no tuviese utilidad para ningún pueblo, ellos prestaron a Dios el culto de su adoración y de su sacrificio desinteresado, incluso sin un objetivo terreno. Apenas porque eran criaturas de Dios, llamados por Él a cierta obra, la realizaron y en ella murieron para la gloria del Creador. Es decir, hicieron de sí como aquella ánfora llena de perfume que Santa María Magdalena quebró delante de Nuestro Señor, y que no tuvo otra utilidad sino impregnar de aroma los pies del Redentor y de servirlo.

Hay otra lección para nosotros. Incluso el apostolado bien sucedido vale, principalmente, por esa especie de holocausto, de adoración sin más, porque Dios es Dios. Y digo aún más: si es verdad que un apostolado con esas intenciones puede no ser bien sucedido, no creo que haya un apostolado fecundo sin esas intenciones. Si una persona supiese que su apostolado sería como el de San Simón y San Judas, es decir, sin ningún fruto humano, y por eso disminuyese su dedicación, no daría a su apostolado la fecundidad necesaria. Porque ese es el estado de espíritu que debe ser el punto de partida para que el apostolado sea fecundo.

1) Cf. GUÉRANGER, Prosper. L’année liturgique. Vol. V, Librairie Religieuse H. Oudin. París, 1900, pp. 523-525.


(Revista Dr. Plinio, No. 283, octubre de 2021, pp. 19-21, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 28/10/1963 y 28/10/1965).

Last Updated on Monday, 25 October 2021 18:48