La Anunciación y el don de la comunicación de alma

Los rostros revelan el alma, pero en cierta medida la velan también. Ahora bien, si es tan agradable para un hombre discernir el alma de otro y ambos se entienden, no puede haber nada más deleitable que conocer un espíritu angélico que se comunica con toda su pureza, majestad y fuerza, como San Gabriel. ¿Qué decir entonces del contacto de alma a alma entre Nuestra Señora y su Divino Hijo, en el claustro de Ella? Hic taceat omnis lingua…

 

 

Plinio Corrêa de Oliveira

Hay un hecho natural de observación corriente, sobre el cual la atención de los hombres materialistas de nuestros días se vuelve cada vez menos abierta, que es el siguiente:

Juego de fisionomía, timbre de voz y mirada

Una persona puede tener una presencia, un timbre de voz y un juego de fisionomía muy agradables, decir cosas muy interesantes y expresivas. Esos son dones que la Providencia puede dar a alguien, y de los cuales él se puede servir tanto para hacer el bien, cuanto para realizar un gran mal.

Sin embargo, hay otro don interesante y que no se confunde propiamente con esos. Una persona puede tener un timbre de voz muy agradable, pero al conversar con ella no se siente su alma. El timbre de voz no es necesariamente, pero puede ser, una especie de resonancia de lo que es el alma de alguien. Eso se nota especialmente en los cantores. Hay cantores que tienen el timbre de voz muy agradable. Cantan con mucha corrección de acuerdo con la partitura, pero no se siente su alma en lo que él canta, y como resultado el público, desde el punto de vista meramente sonoro, tiene una impresión agradable, pero no vibra con el cantor. Él no comunicó su alma.

Lo mismo puede ocurrir con un orador. Él puede tener un timbre de voz espléndido, pero si es de esos hombres cuya alma vive en un fondo pantanoso y lejano de su personalidad, oyéndolo uno tiene la impresión de estar escuchando un recado del cual él mismo está desinteresado, y no hay contacto, comercio humano verdadero.

No hay nada que hable más sobre el alma de un hombre que la mirada. Alguien puede tener ojos lindos, pero eso no significa que tenga una mirada linda. Una persona puede tener ojos feos, y tener una mirada linda; se trata de una forma de mirada a través de la cual se comunica una belleza de alma. Y otra persona puede tener ojos muy bonitos, pero el alma está lejos de ellos. Entonces, desde el punto de vista de la pura luminosidad de la mirada, del diseño, del color, aquello puede ser bonito, pero no tiene la verdadera belleza de una comunicación de alma.

Comunicación de alma, uno de los dones más preciosos que una persona pueda tener

Hay, por el contrario, personas que no tienen ninguno de los dones arriba enumerados, pero sus almas se comunican de algún modo. Y lo que ellas dicen tiene vivacidad, gracia, interés; el furor de ellas hace estremecer, su simpatía cautiva.

La comunicación de alma es uno de los dones más preciosos que una persona pueda tener. Una de las cosas que se deben lamentar es la de ser de un tipo de gente enteramente glacial y sin expresión. Así, el mayor atractivo en el contacto con una persona es el de ver su alma, tener un contacto de alma a alma donde sintamos que expresamos lo que tenemos en el fondo y fuimos entendidos.

Por esa razón, el contacto entre los puros espíritus debe ser mucho más interesante que el de hombre a hombre, porque nuestros rostros revelan el alma, es verdad, pero en cierta medida también la velan. Y hay insipideces y cosas de ese género que no solo nos impiden exprimir lo que queremos, sino que a veces expresan lo contrario de lo que desearíamos.

Saint-Simon1, por ejemplo, habla de un personaje – no me acuerdo de quién – dotado de una fisionomía común, hasta agradable de ver, pero tenía un tic por el cual, de vez en cuando, formaba una cara horrorosa y después volvía a su naturalidad. Según cuenta Saint-Simon, ese hombre no era enteramente auténtico cuando estaba con el semblante normal, ni con el rostro horroroso, sino que era un tercero con relación a los tics nerviosos de su rostro que, en su normalidad, era exageradamente plácido, y, bajo la acción del tic, excesivamente dramático y agresivo, siendo que el personaje se mantenía por detrás, probablemente como un tercero en relación con lo que pasaba.

Entonces, el rostro vela y revela la personalidad. Por esa causa, solo conocemos el alma del otro de soslayo, no directamente. Lo interesante sería la comunicación entre almas que se conociesen sin necesidad de los sentidos del cuerpo, y entrasen en armonía, en mutua comprensión, en simpatía. Si un poco que percibamos del alma de alguien por medio de los sentidos ya nos parece tan interesante, ¡imaginen entre puros espíritus cómo será!

Ahora bien, si es tan agradable para un hombre discernir así el alma de otro y ambos entenderse, no puede haber nada más deleitable que conocer un espíritu angélico que se comunica con toda su pureza, limpidez, grandeza, majestad y fuerza. Un ángel es una obra prima de Dios, y si una persona está en condiciones de apreciar ese espíritu celestial, ella tiene una alegría santificante e intensa al contemplarlo. Toda obra prima se presenta objetivamente, pero la aprecia quien es capaz, o sea, ella entrega más de sí misma a quien tiene mayor capacidad de analizarla.

Saludo lleno de encanto, nobleza, elegancia, distinción y majestad

Puesto lo anterior, podemos imaginar el más perfecto de los cuadros que sea concebible, analizado por la más perfecta de las criaturas que conociese la naturaleza humana como todos los hombres sumados no conocieron, y no conocerán hasta el fin del mundo. Con capacidad, por lo tanto, de apreciar un espíritu que se comunique de un modo como nadie lo hace.

Imaginen que delante de esa criatura, Nuestra Señora, se ponga no el cuadro de un ángel, sino del Arcángel San Gabriel. ¡Qué encuentro! El Arcángel San Gabriel, aquel que lleva los más altos, los más espléndidos, los mejores mensajes de Dios, que tiene, por lo tanto, el don de comunicar de un modo espléndido lo que el Creador quiere decir, de manera que cada palabra dicha por él es como una resonancia de la palabra divina. Y él mismo vela y revela al propio Dios, de Quien es mensajero.

Nuestra Señora está en su casa, en Nazaret, y de repente se le aparece ese Arcángel, uno de los siete más altos espíritus que están siempre en la presencia de Dios, que es mandado a Ella y le hace un profundo saludo. ¡Qué saludo lleno de charme, nobleza, elegancia, distinción, y al mismo tiempo de una majestad inimaginable porque él es puro espíritu y Ella no es sino una criatura humana! De un respeto indecible, porque Ella no sabe, pero él tiene conocimiento de que Ella es su Reina. Entonces él le presta a Ella un homenaje, el más bello que hasta entonces se haya prestado en la Tierra, y, creo yo, que ninguna otra será dispensada igual, a no ser la que Nuestro Señor Jesucristo habrá prestado a su Madre.

Ella recibe aquel homenaje, pero al mismo tiempo se entusiasma porque entiende al ángel hasta el fondo y percibe perfectamente a Dios a través de él. Y si entre nosotros un contacto de alma a alma – con nuestras pobres almas sucias, envejecidas, de nuestra naturaleza concebida en el pecado original – nos da tanto gusto, ¿qué fue el contacto de alma a alma de Nuestra Señora con ese Arcángel?! La alegría del ángel contemplando a Aquella que por naturaleza le era inferior – porque era una simple criatura humana –, pero dotada de un espíritu ligado a la carne incomparablemente más elevado que el de él.

Expresándose de un modo humano, se podría decir que él traspuso todos los espacios que van desde Dios hasta una pequeña ciudad de Galilea, curioso por conocer de cerca a Nuestra Señora.

Es, pues, en esa atmósfera que debemos considerar la narración del Evangelio de la Anunciación del Ángel a María Santísima, que es por definición la fiesta de los esclavos de María.

Nuestra Señora resplandecía delante de San Gabriel

En el sexto mes de gestación de San Juan Bautista en Santa Isabel, fue enviado por Dios el ángel San Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret (cf. Lc 1, 26).

“A una ciudad de Galilea, llamada Nazaret”, es un modo de hablar de una ciudad desconocida. Yo no puedo decir, por ejemplo, “a una ciudad del Estado de São Paulo, llamada Campinas”, pues cualquiera sabe que Campinas queda en ese Estado. Pero una ciudad llamada Nazaret es un lugarcito…

…a una Virgen desposada con un varón que se llamaba José.

Un pequeño individuo dentro de la pequeña ciudad. Sin embargo, fulgura como un rayo sin estruendo lo que viene enseguida:

...de la Casa de David.

La más alta dinastía que hubo.

Y el nombre de la Virgen era María (Lc 1, 27).

Es como un sol que aparece: una Virgen también desconocida, pero el nombre de Ella era María. ¡Cuántas Marías existieron después en la Historia y existirán hasta el fin del mundo! Ella tiene una gloria que no se compara con nada. “El nombre de la Virgen era maría”. ¿No es verdad que esta simplicidad de la narración tiene algo grandioso, por el cual nos parece entrever al Espíritu Santo? Yo hablaba justamente de ese contacto de alma. Nosotros como que sentimos al Espíritu Santo cuando oímos esa narración tan simple de cosas propiamente esplendorosas.

Y entrando el Ángel donde Ella estaba…

¡Es algo, por lo tanto, fantástico! El ángel que escoge en esa ciudad el patio de la casa de Nuestra Señora donde Ella estaba, entra allí. Nos parece algo tan grande la entrada de un rey. Hasta la Revolución Francesa, los reyes hacían entradas en las ciudades. Sobre todo la primera después de la coronación, eran entradas solemnes con participación de millares de personas con gran gala. Entonces, el ángel le dijo:

Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1, 28).

Es necesario considerar cada palabra que él dijo, pues hablaba como hace un ángel. Cuando pronunciaba la palabra “Señor”, todo el amor al Creador que él tenía quemaba, resplandecía en él. ¡Al decir “Dios te salve”, se percibe toda la reverencia de él para con Ella! El alma enorme, colosal, inimaginable, tiernísima, intimísima, majestuosísima de Nuestra Señora resplandecía delante de él. Y María Santísima se sentía como asumida por el ángel cuando él se dirigía a Ella.

Todas las gracias creadas para los hombres están en Ella

...llena eres de gracia…

Es el mayor elogio que se puede hacer a alguien. En María Santísima había gracia, no existía otra cosa. En latín – él no habló esa lengua –, gratia plena, “de gracia llena”, queda mucho más bello que “llena de gracia”. Entonces, la palabra gracia en los por así decir labios de un ángel, tiene una gran belleza. Todo el esplendor de la gracia de Dios florece cuando él dice “gracia”; y “plena” da tal idea de plenitud, que hasta el lecho del mar es vacío en comparación con aquella plenitud. Ese “llena de gracia” propiamente no quiere decir, a mi modo de ver, solamente que Ella es llena de gracia, sino que en Ella no hay sino gracia. Más aún, que todas las gracias creadas para los hombres están en Ella y de ahí rebosan. Eso es de una riqueza y una majestad incomparable.

 Y cada palabra del Ángel es a la manera de una música única, como nunca nadie tocó ni tocará. Y la obra prima de él, en todos los siglos, consistía en decir eso. Era el mensajero por excelencia que comunicaba el supermensaje. Yo creo que, mientras él hacía eso, el local donde Nuestra Señora estaba se fue llenando de ángeles, todos cantaban y se regocijaban sin fin, sin que nadie oyese, pero Ella oía.

Y habiendo oído esas cosas, Ella se turbó con las palabras del ángel y discurría, pensativa, indagando qué saludo sería ese (cf. Lc 1, 29).

La narración continúa teniendo una simplicidad evangélica fantástica. No sé si ese ángel le habló a Ella apenas comunicándose como un alma, o si tomó un cuerpo – como hizo el Arcángel Rafael con Tobías – para hablarle de un modo sensible.

La Santísima Virgen concibió al Hombre Dios y comenzó a adorarlo

Nuestra Señora no se espantó con el hecho de tener un contacto con un ser tan extraordinario. Ella es tan ordenada que, dentro de esa escena llena de impresiones, fue directo al punto. Meditaba qué quería decir ese saludo. Ella prestaba atención en el sentido de las palabras para entender lo que Dios le mandaba a decir. O sea, Ella raciocinaba, no perdió la distancia psíquica2, no se tomó de frenesí; ciertamente sintió hasta el fondo la escena, pero sobre todo meditaba: “¿Qué querrá decir esto?” Y como Ella no entendía, quedó perpleja, lo cual se nota por las palabras del ángel que siguen a continuación:

No temas, María, pues hallaste gracia delante de Dios. He aquí que concebirás en tu vientre y darás a luz a un Hijo, y le pondrás el nombre de Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo (Lc 1, 30-32).

Podemos imaginar la majestad con la cual él proclamó eso. Primero cuando pronunció el nombre de Jesús, y después cuando dijo: “Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”. Eso dicho por uno de nosotros no es nada, pero afirmado por un ángel… ¡cómo aparece la grandeza! El ¡“Hijo del Altísimo”! es superior a cualquier meditación.

Y el Señor Dios le dará el trono de su padre David (Lc 1, 32).

Es decir, era de dinastía depuesta, decaída, San José era un carpintero; no obstante, el Hijo de Ella va a tener el trono de David. Ella sabía bien que era una cosa simbólica, que ese trono era un trono de la realeza espiritual de Nuestro Señor.

Y reinará eternamente en la Casa de Jacob y su reino no tendrá fin.

María preguntó al ángel: ¿cómo se hará esto, pues no conozco varón? (Lc 1, 33-34).

Se nota cómo el espíritu de Ella está en el centro del asunto, y todas las impresiones colaterales no dicen nada delante de la gran pregunta. No es una objeción, sino una pregunta: “¿Cómo será eso, si Yo tengo voto de virginidad?”

Y respondiendo el ángel le dijo:

El Espíritu Santo bajará sobre Ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y por eso mismo el Santo que ha de nacer de Ti será llamado Hijo de Dios. He aquí que también Isabel, tu parienta, concibió a un hijo en su vejez, y este es el sexto mes de aquella que es tenida como estéril (Lc 1, 35-36).

Entonces, María afirmó:

He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra. Y el ángel se apartó de Ella (Lc 1, 38).

Fue precisamente en el momento en que María Santísima declaró “He aquí la esclava del Señor”, que el Espíritu Santo bajó sobre Ella. Ella concibió y el Hombre Dios comenzó a vivir en Ella, lúcido enteramente desde el primer instante de su Ser, y Ella comenzó a adorarlo.

Convivencia de alma de María Santísima con el alma de su Hijo

El sentido de esos comentarios es hacernos tomar gusto por la escena, para que mejor la comprendamos y adoremos a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo, y practiquemos el culto de hiperdulía a Nuestra Señora. Así, para que la sintamos mejor, consideramos antes una serie de sensaciones tan diferentes y, al mismo tiempo, un poquito parecidas a esta, del contacto de alma a alma, para servirnos de término de comparación del contacto de María Santísima con el ángel.

Después de eso comienza otro contacto de alma a alma. Es el de Nuestra Señora con Nuestro Señor, en el claustro de Ella. Hic taceat omnis lingua3. Hacemos como el ángel San Gabriel porque queda en el misterio. Apenas es necesario decir lo siguiente: como Nuestra Señora era concebida sin pecado original, ninguna operación en su cuerpo se hacía sin que Ella supiese y quisiese.

De muchas operaciones que nuestro cuerpo hace no tenemos ninguna idea. Por ejemplo, el corazón de cada uno de nosotros, bien o mal, está bombeando sangre por el cuerpo, sino moriríamos. El corazón va haciendo eso y, sobre todo, parará de hacerlo sin que queramos.

La Santísima Virgen conocía, por lo tanto, todo lo que pasaba en Ella y en el fenómeno misteriosísimo, complejísimo de la generación; cada vez que su cuerpo proporcionaba al Cuerpo Sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo cierto elemento para constituirse, era porque Ella quería. Por así decir, Ella fue la arquitecta de su Hijo.

Y la concesión de cada elemento para el Cuerpo de Él, además del lado propiamente fisiológico, tenía un aspecto simbólico. Podemos imaginar, por ejemplo, Ella dando su contribución materna necesaria para formar los ojos divinos de Él. ¡Ojos cerca de los cuales ninguna mirada es mirada y ningún ojo es ojo, porque ojos son aquellos! ¡Qué mirada! La mirada que convirtió a San Pedro…, que en medio de toda la sangre en lo alto de la cruz vio por última vez a Nuestra Señora.

¡Eso es mirada! El resto… ¡Pobres de nosotros, qué suburbios, qué barrios miserables, qué pantano, qué tristeza!

Cada vez que María Santísima contribuía, entonces, para la formación de los ojos de Él, Ella quería aquellos ojos, con aquella mirada, y preveía todo lo que aquella mirada haría de bien hasta la consumación de los siglos, inclusive cuando Él venga gladífero en el fin del mundo para punir.

Ahí comienza entonces una convivencia de alma de Ella con el alma humana de Él hipostáticamente unida con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, una convivencia de la cual nadie tiene una idea, y con respecto a la cual se hablará tal vez otro día y de otro modo.

Solo nos queda la idea del ángel que se va, y de la Encarnación que se opera. Y Nuestra Señora, la divina escultora de su propio Hijo. Tenemos, así, una noción de la grandeza de la fiesta que la Iglesia celebra en ese día.

1) Duque de Saint-Simon (*1675-†1755). Escritor francés que, en sus Memorias, describió con penetración, finura y charme la vida de corte en Versalles en la época de Luis XIV.

2) Expresión utilizada por el Dr. Plinio para significar una calma fundamental, temperante, que confiere al hombre la capacidad de tomar distancia de los acontecimientos que lo cercan.

3) Del latín: Aquí se calle toda lengua.


(Revista Dr. Plinio, No. 264, marzo de 2020, pp. 14-18, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 23/3/1979  Título del artículo en la Revista: María Santísima: divina escultora de su propio Hijo).

Last Updated on Tuesday, 17 March 2020 16:22