El amor a la jerarquía y el espíritu lógico son características fundamentales del contra-revolucionario. El Dr. Plinio analiza las razones por las cuales San José puede y debe ser venerado en cuanto noble, y elogia la lógica, llevada hasta el heroísmo, del Patrono de la Santa Iglesia.
Plinio Corrêa de Oliveira
Pretendo comentar un texto extraído del capítulo VII del libro “Suma de los dones de San José”, del Padre Isidoro de Isolano, dominico del siglo XVI, uno de los primeros teólogos católicos que atacó a Lutero. Es el Doctor de Teología sobre San José más importante. Esta ficha parece que contiene datos muy interesantes con respecto a este santo y el espíritu de la Contra-Revolución.
Carpintero y Príncipe de la Casa de David
No es muy conforme a los misterios de las Sagradas Escrituras la nobleza de sangre tan elogiada en San José.
El autor trata aquí a San José en cuanto noble de sangre. Él fue al mismo tiempo trabajador manual, carpintero y, como tal, perteneciente – por lo menos desde el punto de vista económico – a la camada más modesta de la sociedad. Pero por otro lado, descendía del Rey David y de un linaje de reyes de Israel.
La Casa de David decayó y con el tiempo perdió el trono, y se apartó del poder. Sus miembros continuaron viviendo en Israel, pero esa Casa fue cada vez menos influyente, menos poderosa y menos rica. A tal punto que, cuando al fin nació de la raza de David Aquél que, en la intención de Dios, era la razón de ser de esa raza, Nuestro Señor Jesucristo – la esperanza y la alegría de todo el pueblo y quien debería ser un hijo de David –, la Casa de David estaba en el auge de su decadencia.
Y San José fue un trabajador, un mero carpintero. Es verdad que en esas sociedades muy rudimentarias las clases sociales y económicas no se diferencian de un modo tan absolutamente nítido como en las sociedades más desarrolladas; y no siempre es una señal de mucha decadencia económica el hecho de que la persona haya pertenecido a una gran familia y pase a ejercer un trabajo manual.
Yo conozco zonas del interior de Brasil, por ejemplo, en las cuales hay gente de las grandes familias del lugar que es, por ejemplo, chauffer de plaza, cargador de estación, o algo análogo, pero que se casa con ramos más ricos de la familia y después asciende nuevamente en la escala social.
Por lo tanto, la situación de San José no significaba necesariamente tanta postración como sería la de un descendiente de reyes que llegase a ser, hoy en día, trabajador manual. Pero por lo menos se puede afirmar que fue, en el orden económico de las cosas, lo mínimo que una persona puede ser.
San José puede y debe ser, entonces, venerado en cuanto obrero, pero también en cuanto príncipe de la Casa de David. Por esa razón, hablando respecto a él, el Papa León XIII, uno de los Pontífices que más promovió la devoción a San José, dijo tajantemente que este santo no sólo debe ser venerado como modelo de príncipe, sino también como modelo, ánimo y estímulo de todos aquellos que pertenecen a grandes linajes decadentes, para que esas personas comprendan como, por la virtud, por la fidelidad a Dios, se pueden elevar al más alto grado de la santidad y realizar espléndidamente los designios de la Providencia sobre ellas.
Argumentación tomista
El Padre Isidoro de Isolano está analizando, precisamente en este capítulo, a San José como aristócrata. Él escribe entonces:
San José fue elegido para conocer la verdad del Verbo de Dios. San Pablo dijo: “Entre vosotros no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los sabios y lo débil del mundo para avergonzar a los fuertes” (1Cor 1,27). Luego, no se debe elogiar la nobleza de San José, escogido por Dios.
Se percibe que el autor adopta el método de Santo Tomás de Aquino. Al tratar sobre este tema, el Doctor Angélico preguntaría, por ejemplo: “¿San José también debe ser elogiado en cuanto noble?”
Él daría, en primer lugar, las razones por las cuales parece que no debe serlo. Citaría uno, dos, tres argumentos negativos. Después presentaría los argumentos positivos, como quien hace el cálculo de una cuenta corriente: hay un débito y también crédito. Al final saca la conclusión: si existen tales argumentos pro y tales otros en contra, ¿cómo responder? Después él refuta los argumentos de la tesis que quiere refutar, coloca alguna gran cita abonando su idea – sobre todo citas de la Sagrada Escritura – y después saca la conclusión. Es el método lógico perfecto.
Se nota que el Padre Isidoro adopta ese mismo proceso. Comienza dando los motivos por los cuales no se debe elogiar la nobleza de San José. Y aquí está una razón sacada de San Pablo que, dirigiéndose a los primeros católicos, dice: “Entre vosotros no hay muchos que sean cultos, ni nobles, ni poderosos de acuerdo con el mundo. Pero desde que sirvan a Dios, con eso basta”. De allí se saca entonces un argumento contra nobleza, la cultura, el poder, cosas sin importancia y que no deben ser elogiadas. Es el primer argumento, que él va a rebatir después. Y continúa:
Eso mismo se confirma con la autoridad de la Glosa sobre esas palabras del Apóstol: “El Dios humilde vino a buscar a los humildes y no a los poderosos, entre los cuales son considerados los nobles por los mortales”.
Esgrima de la inteligencia
En el siglo XVI los nobles eran considerados poderosos. Con los vuelcos de las cosas de hoy en día, un director de sindicato es, en la mayor parte de los casos, más poderoso que un duque. Él dice entonces: “Si es verdad que Nuestro Señor Jesucristo, al encarnarse, no vino a buscar a los poderosos – por lo tanto, a los nobles –, no hay importancia en ser noble. Luego, no se debe elogiar a San José en cuanto noble”.
Y pasa adelante:
La humildad de Dios fue extrema en la Encarnación. Más humillación era escoger a un padre putativo pobre que a un noble. Luego, no debe elevarse la nobleza de San José.
La argumentación está muy bien desarrollada. Nuestro Señor Jesucristo vino para humillarse. Por eso escogió un pobre como padre putativo, es decir, a quien se le atribuye la paternidad, pero no fue el padre verdadero. Entonces, no tiene importancia que ese pobre sea noble. Nuestro Señor tampoco se fijó en eso, sino apenas en el lado de la pobreza. Por lo tanto, ser noble no vale de nada.
Continúa el autor:
La nobleza no parece ser otra cosa que la antigüedad de las riquezas, como dijo Aristóteles. Y José, pobre hasta el punto de tener que ejercer el oficio de carpintero para ganarse el pan de cada día, no podía enorgullecerse de ser noble.
Este argumento también es interesante. Él dice que, según Aristóteles, la verdadera nobleza es tener una fortuna muy antigua. Quien tiene una fortuna que pasó por varias generaciones, se hizo noble. Ahora bien, San José no tenía ninguna fortuna y, por lo tanto, ya no era noble. Luego, no es el caso de elogiar su nobleza.
Esos argumentos parecen muy bien hechos, el autor sabía objetar bien. Debe hacer parte de la destreza de nuestro espíritu el apreciar ese floreteo de la argumentación, que nos guste ver argumentos, aunque sean hechos contra nuestras tesis, para después dar nuestra respuesta. Es como una esgrima. Mucho más alta y más bella que la esgrima de la espada es la esgrima de la inteligencia. Aquí están cuatro estocadas bien asestadas contra nosotros.
Veamos ahora cómo responde nuestro buen padre a esas estocadas.
Descendiente de rey, de sacerdote y de profeta
Para solucionar esa dificultad, téngase en cuenta que la nobleza humana puede considerarse en su causa, en su esencia y en su acción.
¡Está muy acertado! Para responder, es necesario comenzar por ver qué es la nobleza, para después deducir de ahí los argumentos contrarios. Y para saber qué es la nobleza, ella debe ser considerada en su causa, en su esencia y en sus acciones, o sea, en lo que la causó, en lo que es y en lo que ella causa. Perfecto. ¡No falta nada!
Considerándola en su causa, San José fue singularísimo en la nobleza de origen, pues tiene su origen en una triple dignidad: corporal, espiritual y celestial. O sea, una dignidad real, sacerdotal y profética, ésta última celestial, pues predecir el futuro sólo pertenece a Dios. David fue rey, Abraham fue patriarca, Natán profeta, y los tres fueron antepasados de San José.
Al analizar la causa de la nobleza de San José, el Padre Isidoro explica que él desciende de varones dignos a tres títulos diferentes: según el cuerpo, por ser descendiente de un rey; conforme al espíritu, por descender de la estirpe sacerdotal; según las cosas sobrenaturales, porque era descendiente de un profeta.
Ahora bien, descender de un rey, de un profeta y de un sacerdote le confiere a una persona la nobleza más alta que pueda haber. Está espléndidamente bien argumentado.
¿Qué relación hay entre un rey y el cuerpo? El rey es el jefe de Estado. El Estado cuida, entre los hombres, lo que dice respecto al cuerpo.
El sacerdote hace para el alma lo que el Estado realiza para el cuerpo. Cuida de las cosas del alma, del espíritu.
El profeta es el representante de Dios, el portavoz de la palabra del Altísimo. Sobre todo cuando se trata del profetismo oficial, de un hombre mandado por Dios y cuya misión era garantizada por milagros, y que hablaba oficialmente en nombre del Creador, así como el embajador habla oficialmente en nombre de su rey. Evidentemente, esa es una situación altísima, una misión altísima.
San José tenía, por lo tanto, las tres causas más altas de la nobleza, representativas de tres aspectos de la vida del hombre: el aspecto material, el espiritual y la representación de Dios. Está todo muy bien tratado, de una forma sumamente inteligente.
Veamos ahora lo que él dice sobre la esencia.
Varón justo, esposo de la Reina del Cielo y padre nutricio de Jesús
San José era noble en su esencia, es decir, en su propia persona, porque en él encontramos la triple nobleza: fue justo en su alma, alcanzó la dignidad de esposo de la Reina del Cielo y tuvo el oficio de padre nutricio del Hijo de Dios.
Consideremos que Antony Amstrong-Jones, el fotógrafo que se casó con la Princesa Margaret, hermana de la Reina Elizabeth de Inglaterra, antes del matrimonio fue elevado a la dignidad de Conde de Snowdon, pues para casarse con la hermana de la Reina es necesario ser noble.
Pero, ¡cuán poco es estar casado con la hermana de la reina, en comparación con ser el esposo de la Madre de Dios! Si eso no constituye nobleza, y si el hombre que se casó con la Madre de Dios no es noble, ¡entonces no existe nobleza en la tierra! El estado de él es nobiliario por definición.
Nuestra Señora no es Reina del Cielo y de la Tierra por una alegoría o una imagen; Ella lo es efectiva y auténticamente. Si la Reina Elizabeth fuese católica y reconociese, por lo tanto, la realeza de la Santísima Virgen, ella, al aparecer delante de Nuestra Señora, tendría que arrodillarse y colocar su corona a los pies de la Madre de Dios. Porque donde está Nuestra Señora nadie es rey, nadie es reina. Solamente Ella es la Reina y tiene todo el poder. Los reyes y las reinas no son nada más que sus representantes. Nuestra Señora es quien manda, porque todo el poder que Dios tiene sobre el universo, se lo dio a Ella. María Santísima es la Reina de todo el universo. Ahora bien, aquél que se casa con la Reina de todo el universo es noble, evidentemente.
Noten una cosa interesante: antes de mencionar la nobleza de San José como hidalgo casado con Nuestra Señora, el autor se refiere a la nobleza de San José porque él era justo, era un varón virtuoso que vivía en la gracia de Dios.
Ahí tenemos una tesis muy interesante en materia de nobleza. A los ojos de los hombres, un noble puede valer más que un plebeyo, porque no está escrito en la frente de nadie si está o no está en la gracia divina. Pero a los ojos de Dios, el plebeyo en estado de gracia vale incomparablemente más que el noble en estado de pecado. Es decir, el primer atributo de nobleza es la gracia de Dios. Es evidente.
De tal manera que en el Reino de María, si hubiere nobleza, yo soy de la opinión de que los nobles que vivan oficial y públicamente en estado de pecado pierdan la nobleza.
Pero el Padre Isidoro también dice: San José no fue apenas el esposo de Nuestra Señora, sino también el padre nutricio del Niño Jesús. Ahora bien, ser el padre nutricio del Hijo de Dios es la honra más alta a la cual pueda llegar un hombre, después de la honra – aún más alta, evidentemente –, de ser la Madre del Hijo de Dios.
Más que gobernar todos los reinos e imperios del mundo
Él también dio pruebas al mundo entero, en sus obras, de una singular nobleza, pues recibió en su casa al Salvador del mundo, lo condujo sano y salvo a través de varios países, lo sirvió y lo alimentó durante muchos años con sus trabajos y sudores.
Es decir, él fue noble no sólo porque se casó con Nuestra Señora, sino porque Dios lo invistió de la función de gobierno más alta que pueda existir en la tierra, debajo de la María Santísima. Ejercer una alta función de gobierno, de acuerdo con los conceptos de la sociedad tradicional de aquél tiempo, ennoblecía, confería nobleza. Ahora bien, ser el padre del Niño Jesús, gobernarlo, así como a Nuestra Señora, es más que gobernar todos los reinos e imperios del mundo. Eso no lo recibió sólo del matrimonio; Dios lo escogió para esa tarea. Evidentemente, se comprende la excelsa nobleza que recibió por esa razón.
Esos son los nuevos rayos que emite la nobleza del santísimo José, haciéndola más resplandeciente que el mismo sol.
Siguiendo el método de Santo Tomás – como dijimos –, el Padre Isidoro dio los argumentos contra la tesis que iba a sustentar; después defendió la tesis y presentó los raciocinios a favor de ella. Ahora él va a destruir los argumentos contrarios a la tesis sustentada por él.
La humildad es el mejor ornamento de la nobleza
Respondiendo a la primera dificultad: San Pablo se refiere a los predicadores que llevarían la fe al mundo, que debían de ser de origen humilde y simple, para que no se atribuyesen a su poder y sabiduría la dignidad de las maravillas que obraba la gracia de Dios mediante su ministerio; restando de ahí gloria a la cruz de Cristo. Por eso les dijo la Glosa: si no hubiese un pescador honrado, tendríamos pocos predicadores humildes.
El pensamiento es el siguiente: fue natural que entre los primeros católicos hubiese pocos nobles, y de ahí no se saca ningún argumento contra la nobleza. Porque si entre los primeros católicos existiesen muchos nobles, muchos poderosos, muchos ricos, se diría que el Evangelio conquistó toda la tierra por causa del prestigio de esos hombres. Ahora bien, eso no sucedió. No hubo ni nobles, ni sabios, ni poderosos, ni ricos. Fueron hombres simples que conquistaron. Por lo cual el milagro se hace patente. Y no es porque a la Providencia no le gustase la nobleza o no le diese valor, sino porque, para glorificar más especialmente a Dios, fueron escogidos hombres de una condición modesta para dar ese primer paso. Está muy bien argumentado.
Ahora viene otra razón:
Pero no era apropiado que el Rey de reyes conviviese en la intimidad con quien no era noble de espíritu ni de sangre. No era razonable que Aquél a quien le sirven millones de ángeles, escogiese como padre a quien no fuese noble de linaje; ni que tampoco la Virgen escogida como Madre, a quien admiran los habitantes de la Jerusalén celestial, fuese desposada por un hombre de origen plebeyo.
[…]
…sabemos que la humildad no es incompatible con la nobleza, sino que, muy por el contrario, es su mejor ornamento; pues, entre más grande es una persona, más debe humillarse en todo. Dios ama singularmente a los humildes. Así lo dijo la Santísima Virgen: “Porque Él ha mirado la humildad de su sierva, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48).
El Magnificat
[Nuestro Señor], pobre en bienes de fortuna y no en la excelencia de su Persona, es el verdadero fundamento de la nobleza.
Está muy bien argumentado. De hecho, Dios ama eminentemente la humildad. Sin embargo, ésta no es una virtud exclusiva de los plebeyos: también es de los nobles, pues es la virtud de los grandes y de los pequeños.
La humildad es la verdad. Humilde es aquél que, viéndose a sí mismo, reconoce la verdad a su respecto, se contenta con lo que es, no quiere ser ni más ni menos, porque Dios Nuestro Señor, que lo manda, lo colocó en la posición que él tiene. Por eso una persona puede ser muy humilde, aunque sea de una categoría altísima.
El autor cita exactamente las palabras del Magnificat. Porque miró la humildad de Nuestra Señora, todas las generaciones la llamarán bienaventurada. Es decir, la colocó en el ápice porque era humilde, tenía una idea perfectamente precisa con respecto a sí misma. Si la grandeza fuese incompatible con la humildad, colocando a Nuestra Señora en tal excelsitud, Dios Nuestro Señor le habría impedido ser humilde. Ahora bien, Ella fue humilde hasta el fin de la vida, siendo la más grande de todas las meras creaturas. Luego, entre la grandeza y la humildad no hay incompatibilidad. Es un argumento perfecto, que no admite contestación.
Las formas de grandeza de Nuestro Señor Jesucristo
Tercer argumento:
Constatamos que la Encarnación reveló la suprema humildad de Dios:
1º. El revestirse de carne humana. “Él se aniquiló, tomando la forma de un siervo” (Fil 2,7).
2º. Por su vida humilde. “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).
3º. Por los dolores terribles de su Pasión. “Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor” (Lm 1,12)
Sin embargo, no apareció siempre en el exterior con la misma humildad; sino que por el contrario, mostraba su grandeza cuando convenía. Así vemos que Él enseñó con autoridad, hizo milagros y resucitó victorioso de entre los muertos.
También está muy bien argumentado. El autor afirma: es tan verdadero que la grandeza y la humildad no se excluyen, que en Nuestro Señor tuvieron una alianza admirable. Nadie en la vida fue más humilde que Nuestro Señor Jesucristo, pero nadie tuvo una grandeza mayor que la suya.
Y él indica tres formas de grandeza del Redentor. Las enseñanzas de Nuestro Señor; enseñar es un atributo de la grandeza. Por otro lado, muestra su poder de hacer milagros, al punto de resucitar muertos; lo cual manifiesta una grandeza que nadie tiene. ¿Cuándo resucitó a un muerto algún potentado de la tierra en el auge de su poder? Sólo Dios puede hacerlo. Pero, en tercer lugar, se resucitó a sí mismo, lo cual es un milagro todavía mucho mayor. Porque estando muerto, resucitarse a sí mismo es de una grandeza que desafía a cualquier palabra. Por lo tanto, Aquél que fue el más humilde de todos fue el más grande; luego, la humildad no es incompatible con la grandeza. ¡No hay nada que decir! Está perfectamente respondido.
Más aún: la humillación de Dios en la Encarnación no habría sido mayor por escoger un padre de origen humilde; la humillación fue extrema y nada podría añadirse a la humildad que supone revestir a la divinidad de la naturaleza humana.
Él quiere decir lo siguiente: es algo completamente secundario decir que Nuestro Señor se humilló mucho al ser hijo de un obrero. La verdadera humillación de Él, siendo hijo de Dios, fue consentir en hacerse hombre. Delante de eso el resto es completamente secundario.
Nobleza en sommeil
Por último, fue pobre en bienes de fortuna, pero no en la excelencia de su Persona, el verdadero fundamento de la nobleza, como ya fue declarado. Además, él careció de lo superfluo, pero no de lo necesario. Tampoco se opone a la nobleza ganar el pan con el sudor de su frente, pues el trabajo evita la degradación, y nadie puede glorificarse de la nobleza si no sabe cubrir sus necesidades con el trabajo de sus manos. La naturaleza, que da esa nobleza a los hombres, aborrece la ociosidad, combatiéndola con todas sus fuerzas. Y así decía Aristóteles: “Todo el que trabaja ordena su operación al obrar.” El trabajo tiene como efecto propio a sí mismo; y Dios y la naturaleza no hacen nada inútilmente.
El principio que el autor desarrolla aquí es muy interesante. Él dice que trabajar con las propias manos de por sí no destruye la nobleza, porque no existe una incompatibilidad radical entre la nobleza y el trabajo manual; éste no es una vergüenza, no es un pecado. Un noble puede estar reducido a la condición de trabajador manual y con eso no pierde su nobleza. Él puede readquirir su posición en el futuro, porque no hizo una acción vejatoria, criminal. San José fue así. Él hizo con su trabajo manual lo que podía haber de más noble y alto, y por esa causa no se puede decir que haya desmerecido la nobleza de sus antepasados, trabajando manualmente.
En cierta ocasión leí un libro sobre la nobleza, en el cual el autor mostraba que en determinadas regiones de Europa existía esta delicadeza de alma: cuando un hombre de una familia noble perdía la fortuna y era obligado a trabajar con sus propias manos, no se afirmaba que él había perdido la nobleza, se decía que su nobleza estaba en sommeil – la expresión es muy bonita: en estado de sueño –, y que despertaría el día en que sus condiciones materiales le permitiesen vivir en el estado de noble. Es un infortunio, se quedó pobre, está trabajando, pero no está haciendo nada degradante.
Es verdad que para un hombre que se convirtió en un camarero, por ejemplo, no es propio decirle: “¡Alteza, tráigame un vaso con agua!” Su nobleza entró en un estado de sueño; es como si estuviese durmiendo dentro de él. Pero cuando las circunstancias mejoren, su nobleza reflorece.
El Padre Isidoro de Isolano aplica eso a la nobleza de San José. Está perfectamente bien pensado, bien concluido, bien articulado.
La alegría que da el raciocinio
Mientras yo desarrollaba el pensamiento de ese sacerdote con respecto a San José, noté cómo las expresiones fisionómicas de los oyentes indicaban adhesión y satisfacción, no sólo por la tesis sustentada por él, sino también por ver la agilidad de su argumentación.
Permítanme, en esta reunión un poco más íntima, tratar de algo al margen del tema.
Aquellos que sintieron alguna alegría al oír la argumentación de ese padre, tuvieron un placer por el cual se olvidaron, por algunos instantes, de las preocupaciones y de los aborrecimientos de la vida de todos los días; experimentaron una cierta serenidad, una cierta tranquilidad.
Hagamos una comparación entre la alegría que da la agitación y la que da el raciocinio, con esa serenidad del alma cuando el hombre está en estado de reposo, de distensión, y acompaña el paso majestuoso y acompasado de los argumentos que se suceden unos tras otros como un bonito desfile; en el cual él aprecia el filo de cada arma de la lógica y tiene el placer soberano de ver el arma de la lógica entrar en el cuerpo, en la carnosidad del error y rasgarlo.
El argumento que, así como el bisturí de un médico excelente entra y hace un tajo, corta el tumor y el organismo respira satisfecho. ¡Magnífico! El mal quedó inutilizado, postrado, arrasado.
Así hace la lógica clara, precisa, elegante, que como un ángel lanza un rayo sobre el error y lo liquida. Vemos el error presentado con todos sus adornos, pero después surge la lógica y lo lanza al piso con un impacto seguro, con un golpe certero.
Sea hecho este elogio de la lógica en homenaje a San José, tan lógico, tan coherente, que llevó la lógica a un verdadero heroísmo durante su vida.
Una calma que solo poseen los hombres lógicos
¿Cuál fue el lance de la vida de San José en el cual él llevó la lógica hasta el heroísmo? Fue aquél episodio muy conocido, cuando vio que Nuestra Señora había concebido a un hijo cuyo padre no era él. El Evangelio trata de eso. Él quedó entonces colocado delante de una situación absurda. María era evidentemente santa, de lo cual él no podía dudar, porque la santidad de Ella relucía de todos los modos posibles; por otro lado, se había creado una situación que él no conocía y con la cual no podía convivir.
En vez de denunciarla, como mandaba la ley hebraica, él tomó la única solución lógica: “el que sobra en esta casa no es esa Madre, dueña y reina de este hogar; ni el hijo que Ella concibió. Alguien sobra, pero ese soy yo. Voy a abandonar la casa y a desaparecer; porque no comprendo ese misterio, mas sin embargo no me voy a levantar contra él. Pasaré mis días lejos de aquí, venerando el misterio que no entendí”.
Resolvió entonces huir de la casa, dejando a Nuestra Señora con el fruto de sus entrañas. Tenía que abandonar el tesoro más grande de la tierra; la Virgen María, lo cual representaba para él un sufrimiento inenarrable, inimaginable.
El Evangelio nos cuenta que él estaba durmiendo, cuando apareció un ángel y le dio la explicación. Es decir, antes de ese lance tremendo, San José estaba durmiendo. Iba a viajar y tenía que prepararse para ese viaje. Y fue durante el sueño que el ángel vino y le explicó todo. Él siguió durmiendo. ¡Vean la calma de él! Esa calma sólo la tienen los hombres lógicos. Se despertó por la mañana y la vida continuó normalmente. ¡Suma normalidad, suma coherencia, suma lógica!
Este rápido comentario queda a la manera de un elogio a esa lógica de San José.
(Revista Dr. Plinio, No. 204, marzo de 2015, pp. 24-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 19.3.1976).
Last Updated on Thursday, 19 March 2020 16:49