En todo en la vida hay escaladas, y en cada una de las que hacemos, lo más perfecto y que nos lleva a sacar provecho, a enriquecernos, santificarnos y maravillarnos, es el deseo de ascender nuevas cumbres. Esa búsqueda constante del absoluto – en el fondo, el ápice de la verdad, del bien y de lo bello – caracteriza al alma recta.
Plinio Corrêa de Oliveira
Hay cierto tipo de hombres que, colocados delante del mar – la Playa de Zé Menino en Santos, por ejemplo –, sus miradas se limitan a aquella ensenada y a una línea ideal en la cual el horizonte besa el mar, y piensan solo en eso y se acabó. No meditan en las inmensidades del océano que llega hasta Europa, en los mares que se interpenetran, cuyas aguas se lanzan unas sobre otras formando una sola, soberbia, variada y, sin embargo, homogénea masa liquida que ocupa la mayor parte del globo terrestre.
El brillante, la oratoria y la enseñanza absoluta
¿Eso es pensar?
Una persona que va a un joyero a ver un brillante, una perla, un rubí, ve aquello y dice: “Está bonito… Ah, ¿cuánto cuesta?” Si tiene dinero, compra; si no tiene, no compra.
Pero si ella, al contemplar el mar procurase pensar en los horizontes finales del océano, viendo el rubí diría: “¡Qué bonito! Pero no es el rubí… ¿Cómo imaginaría yo una piedra de un brillo más profundo, de un rojo más encarnado, de un brillo más perfecto, de un tamaño más generoso? ¿De qué vale esa piedra con relación al rubí perfecto?”
Y si colocan esa persona delante de un brillante, ella afirma: “Es muy bonito, pero dicen que el brillante perfecto es el Koh-i-noor, que está en la corona de la Reina de Inglaterra. ¡Oh, viendo ese brillante me da más ganas de ir a Inglaterra para conocer el Koh-i-noor!” Pero, viendo el Koh-i-noor, ella se pregunta: “¿Cuántos brillantes más bellos habrá en las entrañas de la Tierra? ¿Cómo será el brillante absoluto?”
Después, ella toma un libro de oratoria y ve hablar, por ejemplo, a un San Agustín, un San Juan Crisóstomo, un San Juan Damasceno, un Bossuet. Ella piensa: “¡Qué bello, qué cosa espléndida! Pero, ¿cómo sería la oratoria absoluta en la cual sintiésemos reunidas todas esas formas de oratoria y alguna cosa más?”
En la fin del horizonte aparece una pregunta. La insaciabilidad no siempre termina, en su última reflexión in recto, en un horizonte vasto. A veces hay misterios, cuestiones que la persona amiga de lo insaciable no deja de lado, guarda como tesoros deleitabilísimos con respecto a los cuales, en el momento del reposo, va a coger un problema para burilarlo, para profundizar un poco más.
Un largo discurso puede ser bello. Pero si fuésemos al paradigma absoluto de la elocuencia humana, él está en Nuestro Señor Jesucristo. Según nos cuentan los Evangelistas, Él dijo palabras sintéticas de tal sustancia y elevación, que realmente empleó los términos absolutos, y dio lo que se podría llamar la enseñanza absoluta.
Coloquios de Nuestro Señor con su Madre, en la casa de Nazaret
Sin embargo, se puede levantar una cuestión. ¿Jesús no habría dicho cosas más perfectas y más próximas a la enseñanza absoluta en los largos coloquios con María, en la casa de Nazaret? ¡Qué palabras le dijo Él a Ella, qué confidencias! El Maestro de toda la sabiduría y, más aún, la Sabiduría encarnada, hablando con su Madre, la Sede de la Sabiduría, ¿cuáles serían las respuestas de Ella, y cuáles los coloquios en que Él, por ejemplo, la preparaba para la Cruz o la hacía gozar anticipadamente los esplendores de la Resurrección y, más aún, del Cielo? ¿Cómo serían esas conversaciones?
Alguien preguntará: “Pero, ¿por qué el Evangelio no trae eso?” Porque no es para nuestros oídos de hombres comunes. Los oídos de Ella, virginales, inmaculados, de una correspondencia perfecta, confirmados en gracia, merecieron escuchar eso, nadie más.
Pero, si no oímos, podemos volar más alto e imaginar las palabras que Él le dijo a Ella. Entonces, nuestra alma deseosa de insaciabilidades vuela hacia un pináculo misterioso. No es inútil excogitar, porque hay misterios en la vida de la gracia, y a una persona sin pretensión, a fuerza de entregarse a consideraciones de esa naturaleza – tal vez en una hora de inefable bondad de la Providencia –, le es dado oír algunas de esas palabras.
No sé si, sin una asistencia especial de la gracia, después de eso ella conservaría coraje para vivir. Hubo santos que tuvieron la felicidad de oír por revelación, por fenómenos místicos, acordes de la música de los ángeles en el Cielo.
Si ellos escucharon la música espiritual de los ángeles en el Paraíso, ¿no habrán oído alguna palabra intercambiada entre Nuestro Señor y Nuestra Señora? Aunque hayan sido estas: “¡Madre, he aquí a tu Hijo!” Y Ella respondió: “¡Hijo, he aquí a tu Madre!”
Y hasta dónde subiría eso… Y si en un momento – ¿fue apenas un momento? ¿No habrán sido días, meses, años? – Nuestra Señora tuvo comunicación en éxtasis con la Santísima Trinidad… ¿Quién puede imaginar cosas como esas? ¡Cuánta belleza, cuánto pináculo hay en eso!
El don de la palabra y el de presencia
Según el Evangelio nos cuenta, Nuestro Señor hizo sermones rápidos. Ahora bien, encontramos en los discursos largos una belleza particular. A veces se desdoblan como un gran manto y brillan con luces diversas. ¿Será verdad que Nuestro Señor solo hizo sermones cortos, o los Evangelistas los resumieron, en busca de esa linda cualidad, la concisión, tan propia a quien presenta aquel océano, aquel cielo de tesoros de los Evangelios? ¿Quién sabe si Él habló mucho más? Todo lleva a creer que sí. Por ejemplo, cuando proclamó las bienaventuranzas, debe haber hablado largamente.
Entonces podemos imaginar un largo sermón de Nuestro Señor Jesucristo, cuál es la forma de deslumbramiento, cómo aquello iba por valles de una profundidad insondable o por vuelos de una altura inimaginable.
Ser dotado de la capacidad de agradar por medio de la palabra es un don natural, que la Providencia da a una persona que, si es piadosa, muy frecuentemente es realzado por dones sobrenaturales que entran en ese don natural y le dan otro charme, otra gracia, que él no tiene.
Hay personas a quien Nuestra Señora no dio ese don de la palabra, pero le confirió otro: el de la presencia agradable. ¿Cuál es mejor?
Tenemos figuras históricas deliciosas por su presencia. María Antonieta era una. Presencia inagotable, fuente continua de delicias para todos los que convivían con ella. Es muy diferente de un gran predicador sacro o de un orador político.
La Emperatriz María Teresa, madre de María Antonieta, tenía tal presencia que, estando en apuros y necesitando del apoyo del pueblo húngaro para luchar contra Federico II de Prusia, fue a Hungría, se hizo coronar reina y pidió apoyo al pueblo. Entonces, en su presencia, todos los militares sacaron las espadas y gritaron: “¡Muramos por nuestro Rey: ¡María Teresa!”
Hay presencias que no necesitan hablar: llegan y entusiasman.
En Nuestro Señor Jesucristo, ¿qué complacía y arrastraba más: la presencia o la palabra?
Búsqueda constante del ápice de la verdad, del bien y de lo bello
Así, nos encontramos de nuevo en una de esos coruscos sobre los cuales no se sabe qué decir… Sin embargo, es lindo profundizar un tema, abordándolo como quien toma un brillante y lo mueves por varios lados, a la procura del reflejo de luz más bonito que puede dar. Él es transparente, luminoso. ¿Por dónde verlo en su mayor belleza?
Ese es un problema-luz, no un problema-tinieblas. ¡Cómo es agradable y bonito pensar en eso! ¡Cómo el alma se distrae más con una cosa de esas que con una telenovela o cualquier porquería de ese género! Esas son grandes reflexiones.
Hay todo un orden de realidades que es el pináculo, hacia el cual el alma humana debe estar constantemente vuelta, a la procura de otros pináculos. En todo en la vida hay escaladas, y en cada una que hacemos, los más perfecto y que nos lleva a sacar provecho, a enriquecernos, santificarnos, maravillarnos, es el deseo de ascender nuevas cumbres.
Cada escalada es un arquetipo de la anterior. Al tener apetencia de aquello, atendemos al deseo más profundo del alma verdaderamente elevada: es un anhelo implícito, pero magnífico, del absoluto.
Me acuerdo de este hecho que sucedió cuando yo era joven, tenía unos veintisiete años. Conversando con un padre, él me contaba que había estado en Mariana, la histórica ciudad de Minas Gerais. Era un sacerdote inteligente y percibió muy bien mi gusto por lo maravilloso. Entonces me armó una celada diciendo: “Ya se puede imaginar Ud. la sorpresa que tuve cuando, subiendo la escalinata del seminario, noté las piedras que la revestían. Pregunté al rector que me acompañaba y él me confirmó: ¡toda la escalinata estaba revestida de topacios!”
Quedé maravillado. Él, un veneciano sutil y astuto, después de maravillarme, dio una risita y afirmó:
“Bien, Dr. Plinio, no era de topacios preciosos… Esa piedra admite una variedad no preciosa que se encuentra como un pedregullo. Con esos topacios estaba pavimentada la escalinata del seminario.”
Percibí que él había hecho un sondeo psicológico para ver cuál era mi reacción. Pero, siendo un hombre muy correcto, él quiso enseguida rectificar la afirmación y me transmitió la cosa como era en realidad.
Después me informé y, de hecho, eran topacios ordinarios, sin brillo; pero, hecho el análisis químico, se constata que pertenecen a la misma familia del topacio precioso.
Más tarde, pensé: “No sé qué pensó ese hombre de mi maravillamiento. Si le gustó, su alma tiene calidad; si no le gustó, vale tanto cuanto el topacio ordinario.”
Porque esa procura constante del absoluto – en el fondo, el ápice de la verdad, del bien y de lo bello – caracteriza al alma recta.
Ley de gravitación universal
Según la formación dada hoy en día, llegar al ápice de la verdad significa tomar, por ejemplo, una célula animal o vegetal, o entonces una partícula de cualquier materia mineral, rebuscando para saber qué tiene adentro.
Ahora bien, eso puede ser el fondo de la verdad, pero conocer el ápice con respecto a una piedra, una estrella, un pasto, un animal o un hombre, en fin, de cualquier cosa, por pequeña o grande que sea, consiste en saber cómo se encaja aquel ser en el orden del universo.
Es bueno conocer el fondo, con tanto que la inteligencia sea suficiente para después procurar la relación con el ápice.
Por ejemplo, al establecer la ley de la gravitación universal, que rige desde la relación entre las partículas más ínfimas hasta el movimiento de los astros, ¿cuál es la perfección de Dios que Él mismo quiso hacer conocer?
La gravitación, en cuanto tal, ¿qué especie de relación significa y qué perfección posee esa relación, en sí misma, para que el Creador quiera haber hecho de ella la regla de la relación de todas las criaturas?
Pero hay más. Si esa es una ley del universo material, debe serlo también del humano, ápice del universo material. Luego, la gravitación es una regla de conducta de los hombres entre sí. ¿Cómo gravitan los hombres? ¿Cuáles son los errores que desvían de esa gravitación? ¿Cómo gravitan ordenadamente las personas en la sociedad temporal? ¿Y en la sociedad espiritual?
Pero si todo es gravitación, hay en ella una perfección intrínseca, al punto de, después de que hayamos exclamado: “¡Oh gravitación!”, exclamemos: “¡Oh Dios!”
Me causa pasmo el hecho de comprenderse la educación de otro modo que no sea formar en las almas esa tendencia continua hacia el absoluto.
Batalla arquetípica
También con respecto a la Historia, es bello considerar los acontecimientos así. Por ejemplo, se lee la descripción de una gran batalla, se cierra el libro y se pregunta: “¿Cómo sería la perfección de esa batalla en su verum, bonun y pulchrum?”1
¿Habría un combate que, tanto cuanto quepa en la contingencia humana, representase una batalla absoluta? Hay. Es aquella en la cual está Dios venciendo al demonio.
En efecto, Él derrotó al demonio por medio de un ángel, como quien dice al rebelde: “Tú no eres nada, Yo te desprecio. Mando a un príncipe de mi corte que te aplaste. Y si envío a un príncipe, no es porque tú, miserable, eres algo, sino porque Yo soy todo.”
Por toda la eternidad esa lucha continúa, trabada sobre el vencido, derrotado, aplastado, triturado. ¡Qué maravilla!
Es curioso, pero cuando un ser tan inferior a un ángel, como es el hombre, pecó, Dios trabó una batalla infinitamente mayor. ¿A qué designios de sabiduría corresponde una cosa de esas? Sobre eso podríamos reflexionar por largo tiempo. Es algo bellísimo en que el verum, el bonum y el pulchrum se entrelazan de un modo maravilloso.
Aunque sea de una naturaleza inferior a la del ángel, el ser humano es el punto de encuentro de todo el universo. Nosotros tenemos, de los ángeles, el espíritu, y de todo el esto de universo, el cuerpo, en el cual encontramos las naturalezas animal, vegetal y mineral. El Creador quiso honrar el universo entero contrayendo la Unión Hipostática, no con el más alto de los seres, sino con el intermediario.
Dicen los franceses: Le charme, plus beau que la beauté – el charme más bello que la belleza. Hay un charme en ese modo de proceder de Dios que, pudiendo realizar la Unión Hipostática con la más alta de las criaturas, decidió encarnarse y elevar, así, la totalidad de la Creación. ¡Qué cosa maravillosa!
Se inicia, entonces, la lucha del Verbo de Dios encarnado, naciendo de las entrañas virginales de María Santísima, llegando a la Tierra, pasando aquí treinta y tres años rezando, enseñando, sacrificándose y, al final, traba la batalla de la Cruz, se deja crucificar, después resucita triunfalmente. No sin antes fundar la Iglesia, la cual, una vez instituida, comienza el gran combate del Cuerpo Místico de Cristo que durará hasta el fin de los tiempos, cuando Nuestro Señor Jesucristo volverá y, con el soplo de su boca, destruirá al anticristo. En eso tenemos la idea más próxima posible de lo que sería una batalla arquetípica.
La Creación no nos fue dada apenas de un modo descriptivo como un álbum que hojeamos, sino para que subamos mucho más alto y nos aproximemos a Dios.
Doctrina de las escaladas del espíritu
Llegamos, así, a una doctrina de las escaladas, no las del cuerpo, sino las del espíritu. Las escaladas del cuerpo no están fuera de y mucho menos contra el plan de la Providencia, sino que se encuentran mucho menos dentro de ese plan que las del espíritu, en las cuales está presente la gracia divina diciéndonos: “Hijo mío, presta atención en el mejor vislumbre, que te hace desear más: el pináculo misterioso de todo el orden del ser. Ese pináculo, hijo mío, lo conocerás en el Cielo: es Dios Nuestro Señor, Verdad, Bien y Bello absolutos. En Él tu insaciable sed de absoluto se saciará eternamente.”
¡Qué escuela de santidad sería si, a fuerza de pensar en esas realidades, pudiésemos imaginar un poco cómo es el esplendor que nos espera en el Cielo! No es una pura fantasía. Si examino con cuidado mi alma, notando las cosas que le dan un sobresalto especial de alegría y felicidad, de apetencia de absoluto, y otras que le proporcionan menos, entiendo cómo por allí corre la promesa de lo que voy a ver, de lo que voy a tener y, mucho más aún, la promesa de lo que voy a ser.
De esa manera me es dado un ligero gozo anticipado de lo que será mi presencia en el Cielo. Puedo conjeturar que mi Ángel de la Guarda represente eso, e imaginar la alegría de mi encuentro con ese arquetipo mío, que me entiende completamente y en el cual reposo con plena confianza.
Pero subiendo en la escala de los Ángeles, llego a la Regina Angelorum, síntesis de todos los espíritus angélicos. Y, al final, en la conducta noble, majestuosa, seria, placentera de Nuestra Señora, descubro un esplendor por el cual ve a Dios. Así, no lo contemplo apenas cara a cara, sino también, por así decir, de dentro de los ojos de la Santísima Virgen.
He aquí como en una buena educación todas las materias deberían ser presentadas para formar los espíritus, desde los fundamentos más internos, deseando eso. Formadas así, ¿hasta dónde llegarían las personas? A un río de sabiduría, que no se confunde con información de fichero. ¡Qué fuentes de rectitud de alma, de santidad y de belleza nacerían así para el mundo!
1) Del latín: verdadero, bueno y bello.
(Revista Dr. Plinio, No. 287, febrero de 2022, pp. 20-26, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 11/12/1982).
Last Updated on Thursday, 03 March 2022 22:42